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Aniversario de la inauguración del ministerio pastoral del Papa Benedicto XVI.
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Sábado 19 de abril

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Aniversario de la inauguración del ministerio pastoral del Papa Benedicto XVI.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 23,50-56

Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado. Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo, Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Una persona buena y justa no estuvo de acuerdo con la decisión de matar a Jesús. Había sido convocado para la reunión matutina en la cual se habría juzgado y condenado a Jesús. El evangelista señala que José de Arimatea se había abstenido de aprobar la sentencia capital pronunciada por los miembros del Sanedrín. Otro José llega al final de la vida de Jesús. El primero le salvó de Herodes, el segundo le descuelga de la cruz, le envuelve en una sábana y le pone en un sepulcro nuevo. A él se unen las mujeres que habían seguido a Jesús. Ante el sepulcro, ante el dolor de este mundo, ante la muerte, ante el sueño de los discípulos, ante el sufrimiento, sólo queda la fe en las palabras de Jesús que se ha confiado al Padre. Lucas escribe: "Era el día de la Preparación y apuntaba el sábado". Tal vez no eran sólo las luces de una ciudad que se despertaba, sino también las de una nueva hora, un nuevo día para aquel hombre y para el mundo. Ante la amplitud de dolor, quien no se adhiere a la decisión de matar y oprimir al hombre, no está llamado sólo a llorar sino a creer, rezar y tener esperanza en una hora diferente. La tradición de la Iglesia, que se basa en los pasajes de la Escritura que hablan del descenso de Jesús a los infiernos, es que este día Jesús desciende al "bajo mundo", el lugar de la morada de los muertos, para recogerles, comenzando por Adán y Eva, y llevarles consigo al paraíso. Es el icono de la Pascua venerado en la tradición ortodoxa. Desde aquí comienza la resurrección, desde la bajada de Jesús al bajo mundo, a los infiernos de este mundo. Podemos decir que Jesús, aún hoy, sigue bajando a los "infiernos" de este mundo para arrancar de las manos de la muerte a todos los que han sido violentados por el mal y abatidos. El resucitado quiere llevarles con él al cielo. A ellos y a muchos otros Jesús les sigue diciendo: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.