ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Pascua
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Pascua
Sábado 26 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 16,9-15

Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia de la Iglesia nos anuncia una vez más la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena, según la narración del evangelista Marcos. María Magdalena, a quien Jesús había liberado de siete demonios, también para el segundo evangelista es la "primera" anunciadora de la resurrección. Ella, “que había amado mucho" y que por esto le había sido perdonado mucho, recibe el privilegio de ser la primera discípula del Resucitado y la primera a quien se confía la misión de anunciar la resurrección. Los apóstoles, mostrando una vez más su mezquindad, no la creen; siguen siendo esclavos de la mentalidad de este mundo, y sobre todo de su olvido. No basta con estar "de duelo y llorar", para amar a Jesús, es decir, no bastan nuestros sentimientos personales, nuestros pensamientos y nuestras consideraciones, lo que cuenta es escuchar a alguien más. La humildad, que es la puerta para acceder a la fe, requiere escucha, es decir, estar atentos a algo que no es nuestro, que viene de otro. Aquí está la voz de una mujer que ha visto al Señor resucitado. Jesús, desde el primer momento de la resurrección, se sirve de la debilidad de esta mujer para confundir la presunción de los discípulos, pues incluso un pesimismo afligido puede ser presuntuoso. La tradición bizantina, con una gran sabiduría espiritual, llama a María Magdalena «la apóstol de los apóstoles". El evangelista reanuda luego, aunque en pocas líneas, el encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús (narrado por Lucas con mucho más detalle) y reafirma que aún no se había aparecido a los apóstoles, es decir, a los que habían colocado a la cabeza de su Iglesia. Una vez más, los apóstoles no quieren creer a los dos discípulos que cuentan lo que les había sucedido. El evangelista parece querer subrayar la dificultad para creer en la resurrección desde el comienzo de la Iglesia, desde el primer día y por parte de los apóstoles, de aquellos sobre los que la Iglesia debe fundarse. Pero las dificultades y la incredulidad que los apóstoles tienen para creer en la resurrección, no pueden frenar la prisa por anunciar a todos la victoria de Jesús sobre la muerte. Aquí hay una mujer y dos discípulos anónimos que, sin demora, van inmediatamente a comunicar lo que han visto y oído. Esta página evangélica nos sugiere que, a cada discípulo individualmente, más allá del ministerio y el servicio que realiza, se le encomienda la tarea grande y exaltante de comunicar la resurrección de Jesús, su victoria sobre el mal y la muerte. Por esto, los primeros anunciadores de la resurrección no han sido los apóstoles sino, precisamente, una mujer y dos discípulos anónimos. La misión de todo creyente es comunicar a todos el Evangelio de la Pascua. Por supuesto, la conclusión de la narración abre la mirada sobre la Iglesia entera, los once que Jesús reprende por su incredulidad y los demás discípulos, enviada para comunicar el evangelio de la Pascua hasta los confines del mundo, para que toda criatura sea envuelta por su fuerza liberadora.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.