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Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramadán (Aid al-Fitr). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 28 de julio

Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramadán (Aid al-Fitr).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,31-35

Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.» Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca,
publicaré lo que estaba oculto desde la creación del
mundo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús continúa hablando del reino de Dios. Intenta ayudarnos a comprender el mayor misterio, que encierra toda nuestra esperanza, el motivo por el que vino entre los hombres. De hecho, sus primeras palabras fueron para pedir a todo el mundo que se convirtieran porque el reino de Dios está cerca. Empieza con él, está presente ya entre nosotros y lo esperamos en su plenitud, cuando llegue, al final de los tiempos. Jesús lo compara con un grano de mostaza y con la levadura. Esta parábola probablemente respondía a la pregunta de los primeros oyentes de Jesús: ¿cómo es posible que el reino de los Cielos se pueda presentar de manera tan inapreciable? El grano de mostaza se considera una de las semillas más pequeñas. Pero cuando crece alcanza una altura de dos o tres metros y puede acoger a pájaros en sus ramas. Jesús dice que pasa lo mismo con la obra del Evangelio: al inicio se presenta modesta, insignificante, débil, como la más pequeña de las semillas. Y es así. ¿Qué hay que sea más débil que el Evangelio? Es tan solo una palabra que puede ser desatendida, olvidada y alejada. No se impone aplastando nuestra voluntad, como preferiríamos para no tenernos que fiar. Si la acogemos y la hacemos crecer, termina por ser bien visible y extiende su influencia más allá de nosotros. A menudo nosotros despreciamos los inicios humildes, nos cansamos rápidamente, queremos ver los frutos evidentes, imponernos a las adversidades y también a nuestra misma pobreza. ¡Precisamente de la más pequeña e insignificante de las semillas nace la realidad más grande! La siguiente parábola retoma esta lección. Una mujer quiere hornear pan. Añade a la masa de la harina una pequeña cantidad de levadura; lo amasa todo y luego lo cubre con un paño y lo deja fermentar toda la noche. Por la mañana toda la masa ha fermentado gracias a aquella poca levadura. También en este caso el evangelista destaca la desproporción entre la humildad del inicio y la grandeza del final. Eso mismo pasa con el Evangelio. Estas palabras nos dicen que no importa el pequeño número y la cantidad poco vistosa; ante Dios lo importante es ser realmente levadura. La levadura se debe perder en medio de la harina para hacer que crezca. Pasa lo mismo con la semilla que solo si cae en la tierra y muere puede dar fruto. Es el secreto del amor: solo dándose, perdiéndose por los demás puede abrirse y mostrar su fuerza. Aquellos que quieran conservar su vida la perderán. Pasa lo mismo con la comunidad de los creyentes: es pequeña y débil, pero si deja que el Espíritu del Señor la guíe se convierte en una planta que acoge a muchos y en una levadura que hace fermentar la vida de los hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.