ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 3 de septiembre

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 4,38-44

Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.» E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al salir de la sinagoga, Jesús entró a la casa de Pedro. Allí le presentaron de inmediato la suegra del apóstol que yacía en la cama, enferma. Se inclinó sobre ella, y conminó a la fiebre para que la abandonara. Y la fiebre la dejó, escribe el evangelista, y la anciana mujer fue liberada. Toda la vida de Jesús ha sido inclinarse hacia los pobres, los débiles, en este caso hacia una anciana. En ella vemos a los muchos ancianos que hoy se ven envueltos por la indiferencia y la maldad, y que se ven obligados a permanecer bloqueados en la tristeza y en la espera de un triste final. El Señor Jesús, inclinándose sobre aquella mujer, le devolvió el vigor, hasta el punto de que se levantó de la cama y se puso a servirle. La vejez no es una naufragio, no es una derrota. Si es acogida y recibe ayuda, puede ser un tiempo de nueva vitalidad. Solo hay que pensar en el tiempo para la oración, que puede ser una vocación nueva por descubrir en los últimos años de la vida. El evangelista nos hace suponer que Jesús se quedó en aquella casa hasta el final del día, y luego indica que todos los que tenían enfermos los llevaron delante de la puerta de aquella casa. La casa de Pedro, que ya era también casa de Jesús, se había convertido en un punto de referencia para la gente de aquella ciudad, para llevar a los débiles, a los pobres y a los enfermos. Todos iban a llamar a aquella puerta, con la certeza de que iban a ser escuchados. ¿Acaso no debería ser así en todas las comunidades cristianas? ¿No deberíamos todos ser una verdadera puerta de esperanza para los que buscan consuelo y ayuda? Por desgracia todavía estamos demasiado lejos de esta escena evangélica. Pero allí donde se produce, la comunidad cristiana revive la misma alegría de los discípulos al ver a hombres y mujeres curados por la fuerza del Evangelio del amor. Tenemos que alejar de nosotros el escepticismo –tan racional– sobre los milagros. Evidentemente, no tenemos que considerarlos solo como acontecimientos “milagrosos”. Los milagros se producen de muchos modos, y no solo en el cuerpo. En los Evangelios, aunque solo se describen treinta y cinco, a menudo se habla de "milagros, prodigios y señales" realizados por Jesús. Eran la demostración visible de la llegada entre nosotros del Reino de los Cielos, el nuevo mundo que inauguraba Jesús. Todo iba en la dirección de construir desde aquel mismo momento un nuevo mundo en el que reinara el amor, la justicia, la paz, la felicidad y el bienestar para todos. Jesús entrega este poder de hacer milagros y de edificar un mundo nuevo a los discípulos de todos los tiempos. También a nosotros. Lucas nos dice de dónde proviene la fuerza para hacer milagros y transformar el mundo: "Al hacerse de día salió y se fue a un lugar solitario" para rezar. De ahí provenía su fuerza. Es una gran enseñanza para cada uno de nosotros. Dirigir al alba del día nuestra oración al Señor significa orientar bien el día y recibir de Dios la fuerza para testimoniar su amor. Si estamos con Jesús no nos quedaremos bloqueados en nuestras costumbres. Jesús nos llevará con él a comunicar el Evangelio por todo el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.