ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 17 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 7,31-35

«¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: "Os hemos tocado la flauta,
y no habéis bailado,
os hemos entonando endechas,
y no habéis llorado." «Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: "Demonio tiene." Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores." Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje evangélico está a continuación de la respuesta de Jesús a los discípulos enviados por el Bautista que le habían preguntado: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" (7,18). El austero profeta, aun estando en la cárcel, no estaba resignado ante la espera del Mesías. Su inquietud es una gran enseñanza todavía hoy, en vista de la facilidad con la que nos resignamos ante un mundo que no cambia y que se deja atrapar por las fuerzas del mal. Jesús, tras haber contestado a los discípulos del Bautista, los elogia. Podríamos decir que nos invita también a nosotros a no paralizarnos, a no pararnos en nuestras resignadas seguridades, a no equipararnos con la generación del Bautista que no supo escuchar las palabras ni del Bautista ni del Hijo del hombre. Jesús se pregunta: "¿Con quién, compararé, pues, a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen?". Más adelante Jesús acusará: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros y habré de soportaros?” (Lc 9,41). Dirigiéndose a los que le escuchaban continúa diciendo que son como aquellos niños que "están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: 'Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no habéis llorado'". Es una reacción de niños malcriados, que reaccionan de manera instintiva y egocéntrica. Lo que importa no es lo que ven y escuchan sino lo que sienten de manera egocéntrica. Lo importante es su "yo", y nada más. Dice: "Ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: 'Demonio tiene'. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: 'Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'". El problema está en el corazón egocéntrico y cerrado de quien no quiere salir de sí mismo y de ese modo sigue prisionero de él mismo y de su limitado horizonte. El problema se agrava cuando los hombres se someten y se dejan esclavizar por mentalidades egocéntricas y autorrererenciales. El Evangelio tiene que volver a resonar por todas partes para liberar los corazones de la recurrente esclavitud. También lo intuyó el apóstol Pedro cuando, después de la llegada del Espíritu Santo, se dirigió a la muchedumbre que se había congregado ante el cenáculo, y dijo: "Poneos a salvo de esta generación perversa" (Hch 2,40). No se trata de una toma de posición pesimista por parte de Jesús, primero, y de Pedro, después. El Evangelio nos libra de la esclavitud de nosotros mismos y nos da la capacidad de mirar más allá, de reconocer el designio de Dios para el mundo, de entender los "signos de los tiempos", aquellos signos que Dios inscribe en la historia de los hombres para que podamos dirigirla hacia el bien. Por desgracia muy a menudo nos cerramos en nosotros mismos y no vemos más que nuestro reducido entorno o solo las cuatro paredes de mi propio yo. Y por eso asistimos cada vez más a actitudes irritadas o lloronas: cada uno se defiende a sí mismo. La "sabiduría" que Dios ha venido a darnos es otra: participar en su gran diseño de amor para el mundo. No hay tiempo que perder lamentándose o irritándose. Debemos, por el contrario, emplear nuestro tiempo y nuestras fuerzas para edificar el Reino que Jesús vino a dar a los hombres de todos los tiempos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.