ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelitana a la que movía un profundo sentido de la misión de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 1 de octubre

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelitana a la que movía un profundo sentido de la misión de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,57-62

Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de empezar su viaje desde Galilea hacia Jerusalén y plantea inmediatamente el problema de seguirle. Muchos van hacia él, sobre todo hombres y mujeres que necesitan ayuda, curación y consuelo, pero ¿cómo pueden continuar siguiéndole? Algunos de ellos eran curados o quedaban fascinados por sus palabras y decidían estar con él y seguirlo en su camino. Esa, no obstante, no era una decisión inmediata ni fácil. No todos la entienden. Y muchos lo abandonan porque requiere un notable compromiso. Otros, en cambio, se acercan, se presentan a Jesús y piden seguirle. Hay que destacar, sin embargo, que es Jesús, el que llama, él llama a quien quiere y le dice: "Sígueme". Al inicio de su actividad pública, en Cafarnaún, Jesús llamó a tres pescadores: Pedro, Santiago y Juan (Lc 5,8-11). También aquí, recién llegado a Samaría, son tres las personas que se presentan o que son llamadas. En las respuestas de Jesús emergen las condiciones para poderle seguir y convertirse en discípulos suyos. Y es curioso que las tres respuestas que da Jesús aludan de algún modo a las relaciones con la familia. Al primero que le pide seguirle, es decir, compartir su mismo destino, Jesús le dice que el Hijo del hombre, a diferencia de las zorras que tienen guaridas y las aves que tienen nidos, no tiene ni siquiera donde reclinar la cabeza. El discípulo debe vivir con la misma pobreza que tiene el maestro. No era así con los "rabinos" de entonces, que garantizaban a sus seguidores un lugar para vivir. Es una advertencia severa para los que quisieran una vida garantizada y, al fin y al cabo, tranquila. La segunda persona es llamada directamente por Jesús. Y ante su petición de que le permita ir a enterrar a su padre, Jesús le contesta afirmando que seguirle y escuchar el anuncio del Evangelio tienen el primado incluso por encima de las cosas más delicadas de la familia, como el entierro del padre. Al tercero que se acerca Jesús le dice que si quiere seguirle no debe sentir añoranza alguna por la vida que ha dejado. La vida que recibe quien sigue a Jesús no admite añoranzas ni miradas atrás. Y es más importante que los mismos lazos familiares. En otra ocasión había dicho: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,26). El Evangelio requiere cortar con la vida pasada y abandonar el egocentrismo y las tradiciones de cada uno para elegir a Jesús como único Señor de la vida. Seguir a Jesús es sin duda una decisión radical y también paradójica. Pero es así porque el amor de Jesús por nosotros es total, radical, paradójico, único. Podríamos decir que Jesús es el primero que vive esta radicalidad en la obediencia al padre y su designio. El discípulo vive del mismo amor que Jesús tiene por el padre. Ese es el amor que nosotros y el mundo necesitamos para ser liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.