ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 24 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,54-59

Decía también a la gente: «Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: "Viene bochorno", y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

A quien le pedía un signo para creer en sus palabras, Jesús le contestaba que él era el único signo en el que se manifestaba plena y claramente el amor de Dios. ¿Por qué muchas veces no vemos los "signos del Señor" aunque los tenemos ante nuestros ojos? La respuesta es sencilla: porque estamos tan concentrados en nosotros mismos y en nuestras cosas que no somos capaces de ver nada más. En cambio, dice Jesús, somos muy hábiles cuando se trata de saber si hará frío o calor. En estos casos levantamos la mirada para ver las nubes, o bien salimos de casa para sentir el viento. Jesús nos advierte a los discípulos que deberíamos levantar nuestros ojos para comprender el tiempo de la salvación. Se trata de levantar la mirada de nosotros mismos, de salir de las costumbres consolidadas que nos entumecen, de alejarnos del egocentrismo que nos ciega, para poder captar los "signos" que nos envía el Señor. El primer gran signo es el Evangelio: es el siglo de los signos. Escuchar esta palabra y ponerla en práctica es la primera obra del creyente. Luego hay otros signos: los sacramentos y en particular la Santa Liturgia que nos hace partícipes del misterio de la muerte y de la resurrección del Señor. La Iglesia nos dice que la Santa Misa es el culmen y la fuente de toda la vida espiritual. Por eso deberíamos vivir con más atención los santos misterios en los que hemos sido acogidos. Hay un signo más, un signo múltiple: son los pobres y todos aquellos que esperan ser liberados de las esclavitudes de este mundo. Desatender su situación significa no comprender el corazón de Dios y de la historia de la salvación. "¿Cómo no exploráis, pues, este tiempo?", dice Jesús en el Evangelio. Es urgente comprender el mundo en el que vivimos y la cultura en la que están sumergidos los pueblos al inicio de este nuevo milenio. Los hombres están como sometidos a lo que podríamos llamar la "dictadura del materialismo". Es una esclavitud que se ha transformado en una especie de cultura que hace que este mundo nuestro sea aún más inhumano y violento. Un juicio objetivo, una verdadera inteligencia de la historia, abierta a la esperanza, es consecuencia de leer las Escrituras y escuchar la Palabra de Dios habitualmente. El ejemplo que da Jesús de llegar a un acuerdo con el adversario antes de llegar a juicio –porque entonces será demasiado tarde– sugiere que si modelamos nuestra vida según el Evangelio nos podremos salvar. La Palabra de Dios nos ayuda a descubrir los signos de la presencia de Dios, a ver la necesidad que tiene esta nuestra generación del Evangelio del amor y a contestar con aquella pasión que el Señor pide a sus discípulos, que ya son partícipes de su sueño sobre el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.