ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 30 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 13,31-35

En aquel mismo momento se acercaron algunos fariseos, y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte.» Y él les dijo: «Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén. «¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mientras Jesús está en Transjordania, territorio bajo control de Herodes, algunos fariseos le advierten de que el rey lo está buscando para asesinarlo. No es el mismo Herodes de la infancia de Jesús, pero sí es de la misma familia. Se podría decir que la oposición al Evangelio es una tradición que continúa sin interrupción. El poder malvado de los hombres siempre tiene miedo de la fuerza del Evangelio, tanto en la debilidad de un niño como en la debilidad de una Palabra que no deja de resonar por todas partes predicando claramente la primacía del amor. El Herodes de turno pone obstáculos a esta predicación. Jesús podría huir para evitar el peligro de que lo apresaran y lo asesinaran, como le pasó al Bautista. Y es verosímil que Jesús mismo hubiera comprendido que cada vez era más peligroso continuar su viaje hacia Jerusalén Lo entendieron incluso los fariseos que ponen a Jesús en alerta. Sin embargo, Jesús no se echa atrás, no puede traicionar el Evangelio, no puede detener su predicación. Sabe que su Evangelio es más fuerte que el poder de Herodes. Y es necesario que la buena noticia del Reino se predique por las calles de Galilea y de Judea e incluso dentro de las murallas de Jerusalén. Por eso Jesús no huye de Herodes ni se detiene ante los peligros. A los fariseos les contesta: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén". E inmediatamente después pronuncia aquel triste lamento sobre la ciudad santa que se ha alejado de Dios hasta no saber acoger la palabra de los profetas. Por desgracia esa sordez no está exenta de consecuencias. No escuchar la palabra de Dios llevará a Jerusalén hacia la destrucción. Gran amargura destilan estas palabras de Jesús: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!". Son palabras dolidas del Señor que tal vez debemos repetir hoy en referencia a nuestras ciudades, que cada vez están más heridas por la violencia. Solo acogiendo la profecía de Dios, solo si las palabras de amor encuentran su lugar en el corazón de los hombres, nuestras ciudades y nuestros países podrán encontrar el camino de una convivencia más pacífica y serena. Si la sordera ante la Palabra de Dios tiene un amargo coste para la ciudad, no debemos olvidar que tiene un coste aún mayor para los discípulos su pereza en predicar la Palabra de Dios a las ciudades de hoy. Tal como hizo entonces Jesús, también hoy los creyentes deben predicar el evangelio dentro de la vida de la ciudad sabiendo que es cierto todavía lo que dijo Jesús: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.