ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 29 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,34-36

«Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio que hemos escuchado cierra el discurso escatológico según la versión de Lucas y termina también el año litúrgico. Desde que llegó a Jerusalén, Jesús enseñaba cada día en el templo y al atardecer se retiraba al huerto de los olivos para orar. Ahora exhorta a los discípulos y les dice: "estad en vela, orando en todo tiempo". Y no lo dice solo con palabras sino con su propia vida. Sabe que ante los momentos decisivos y también difíciles hay que estar en vela y preparado. Hay que vivir cada día como si fuera el último. Se podría decir que cada día es el último, en el sentido de que es único y que no hay ninguno otro similar, y cuando ha pasado ya no vuelve. Cada día, por lo tanto, nos exige atención y vigilancia porque el Señor está delante de nosotros y llama a la puerta de nuestro corazón, como nos recuerda el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). El evangelista Lucas presenta la oración como la actitud por excelencia del discípulo que vela para acoger al Señor que llama a la puerta de nuestro corazón. La oración no solo aleja el mal y da la fuerza para combatirlo, sino que, sobre todo, nos libra de centrarnos en nosotros mismos y nos ayuda a levantar la mirada hacia el Señor que llega. Y Jesús exhorta a orar siempre, sin cansarse. Para nosotros, pobres hombres y pobres mujeres limitados, orar sin parar significa orar cada día. Sí, en la oración de cada día está aquella fidelidad que el Evangelio pide y que orienta y reorienta sin parar al discípulo hacia Dios. Cada día debemos mantenernos "en pie delante del Hijo del hombre", escuchar la Palabra que nos dejó, y con él invocar al Padre que está en el cielo para gozar desde ahora mismo el encuentro definitivo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La liturgia de la Iglesia, mientras nos hace entrar en el nuevo año litúrgico, tras habernos permitido contemplar el "fin" de la historia, nos recuerda a cada uno de nosotros que la centralidad y la perseverancia en la oración son la garantía para el encuentro definitivo entre nosotros y el Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.