ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 20 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 7,10-14

Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios
en lo profundo del seol o en lo más alto. Dijo Ajaz: "No la pediré, no tentaré a Yahveh." Dijo Isaías:
"Oíd, pues, casa de David:
¿Os parece poco cansar a los hombres,
que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo
va a daros una señal:
He aquí que una doncella está encinta
y va a dar a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos a las puertas de la Navidad y la liturgia nos propone este pasaje tomado del profeta Isaías. Nos encontramos aproximadamente en el año 735 a. C. cuando Ajaz, joven rey de Jerusalén, débil, con una conducta mundana, siente tambalear su trono por la presencia de los ejércitos enemigos que apremian en los confines del reino de Judá. Se pregunta qué hacer, pero sin mucha convicción. Y quiere resolver el problema de la salvación del reino a través de alianzas con el vecino reino de Asiria. El profeta Isaías interviene y le propone confíarse plenamente a Dios que no abandona nunca a su pueblo. Le exhorta con insistencia a pedir una señal visible. Pero el rey responde: “No la pediré, no tentaré al Señor”. En realidad, Ajaz no es un rey timorato que no ose tentar a Dios. Es más bien un hombre que ya no confía en el Señor, que ya no cree que el Señor, Dios de los Padres, pueda intervenir y liberar al pueblo del enemigo que está asediando Jerusalén y reduciendo el pueblo al hambre. Más bien cree que su proyecto es el que vencerá. Es la consecuencia lógica de quien deja crecer en el corazón su ambición, su orgullo, sus miras personales. La fe es echada atrás y se refuerza su propio convencimiento. Sin embargo, por ese camino no solo se daña a sí mismo sino también a los demás. He aquí por lo que el profeta -enviado por Dios para indicar Sus caminos- eleva su voz en ese momento y denuncia la hipocresía del rey y de una presunta religiosidad que se apoya sobre él mismo más que en el Señor. Y añade que, a pesar del rechazo del rey, Dios mismo dará una señal a su pueblo: “He aquí que una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre en Emmanuel”. La tradición espiritual cristiana ha leído desde siempre estas palabras refiriéndose a Jesús. Él es verdaderamente el Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. El evangelio de Lucas que la liturgia nos hace leer en este día ilumina a plena luz la profecía antigua y muestra la fidelidad de Dios a su pueblo. A través del anuncio del ángel, María se convierte en la primera de los creyentes, la cuna de ese Hijo enviado por el Padre para salvar a los que creerán en él y a través de ellos todos los pueblos de la tierra. Acercándonos a la celebración de la Navidad, demos gracias al Señor por formar parte de este misterio de amor que gratuitamente se nos ha dado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.