ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 18 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,29-33

Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.» Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya)
en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado
y me dejaréis solo.
Pero no estoy solo,
porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas
para que tengáis paz en mí.
En el mundo tendréis tribulación.
Pero ¡ánimo!:
yo he vencido al mundo.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús resume su misión cuando está terminando de hablar con sus discípulos: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (v. 28). Los discípulos, aquí empieza el pasaje que hemos leído, ante tanta claridad le dicen con entusiasmo a Jesús: “Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola”. Creen que ya lo han entendido todo; y tal vez creen que ya no necesitan escuchar e incluso que Jesús ya puede callar. Puesto que Jesús ha abierto su corazón y les ha revelado la belleza de la vida con el Padre que también ellos pueden gozar, creen que ya la poseen. Es la superficialidad de quien piensa que se puede reducir la fe a una simple cuestión de fórmulas que hay que comprender. Sin embargo, Jesús no pierde la paciencia, como fácilmente habríamos hecho nosotros. Él, maestro bueno y paciente, sigue hablándoles para crezcan en conocimiento y en amor. No les deja a merced de su propio orgullo y no quiere que permanezcan esclavos de la presuntuosa actitud de creer que ya han llegado a su meta. En lugar de eso, les hace ver su debilidad, la fragilidad de su vida que al cabo de poco les hará temer por ellos mismos y huir ante la amenaza de verse involucrados en la pasión de su Maestro. También en ello vemos un signo de su tierna misericordia. Les resitúa en su dimensión real porque solo reconociendo sus límites pueden aceptar la ayuda que continúa ofreciéndoles. Les dice: “¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo”. Jesús conoce bien su debilidad, y les advierte de que se dispersarán porque no confían en el Maestro y sus enseñanzas. Es la amarga experiencia de la pasión, desde el arresto en Getsemaní hasta el Gólgota. Todos le abandonan, incluso los más amigos. Solo el Padre permanece a su lado; y dice Jesús: “Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Durante la pasión el Padre será su único refugio. Este vínculo indisoluble con el Padre es la verdadera paz para Jesús, y quiere compartirla con los discípulos. La paz verdadera no nace de pensar que estamos libres de cualquier problema y límite, sino de ser conscientes de que el Señor viene a ayudarnos en cualquier situación, y podemos confiar en su poder bueno que ha vencido a la muerte. Esta ya no es la última palabra sobre la vida, sino la tribulación que debemos pasar para encontrar la resurrección a la vida nueva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.