ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 30 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 51,12c-20b

Siendo joven aún, antes de ir por el mundo,
me di a buscar abiertamente la sabiduría en mi
oración, a la puerta delante del templo la pedí,
y hasta mi último día la andaré buscando. En su flor, como en racimo que madura,
se recreó mi corazón.
Mi pie avanzó en derechura,
desde mi juventud he seguido sus huellas. Incliné un poco mi oído y la recibí,
y me encontré una gran enseñanza. Gracias a ella he hecho progesos,
a quien me dio sabiduría daré gloria. Pues decidí ponerla en práctica,
tuve celo por el bien y no quedaré confundido. Mi alma ha luchado por ella,
a la práctica de la ley he estado atento,
he tendido mis manos a la altura
y he llorado mi ignorancia de ella. Hacia ella endurecé mi alma,
y en la pureza la he encontrado.
Logré con ella un corazón desde el principio,
por eso no quedaré abandonado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El fin de la vida es la búsqueda de la sabiduría y la escucha de la Escritura es la manera concreta de encontrarla. La Escritura, leída y relacionada con la vida, meditada y vivida, es la fuente de donde tomar el agua que brotará para la vida eterna. No es posible vivir sin escuchar la Palabra del Señor. Esta es la experiencia del hombre sabio, que conoce el peso pero también las alegrías que llenan sus días. De hecho, la sabiduría no es un dato adquirido para siempre, sino la fidelidad en caminar detrás del Señor. También los discípulos de Emaús caminaban sin orientación, lejos de Jerusalén, hasta que Jesús les hizo entender el sentido de las Escrituras. Debemos huir de la tentación de conocer ya las Escrituras. Estas son acogidas y escuchadas cada día como si fueran el pan espiritual para el corazón y para la vida, por ello la verdadera sabiduría es escuchar cotidianamente la Palabra de Dios, a partir del Evangelio. En la conclusión del libro del Eclesiástico, el sabio afirma: “daré gloria a quien me ha dado la sabiduría” (v. 22). La alabanza a Dios es una verdadera acción de gracias por el don que hemos recibido. Tras el viaje de la vida, el sabio contempla lo que le ha sucedido y se da cuenta de que la Palabra le ha guiado desde el comienzo de su camino. Esto ha sido posible porque el hombre sabio ha buscado “sinceramente la sabiduría en la oración” (v. 18). Para conseguir la sabiduría es necesario rezar; este es el verdadero secreto del hombre que decide salir a las periferias existenciales. El que reza preguntando a la sabiduría, estará en condición de comenzar un camino que recorrerá muchas sendas pero que siempre tendrá, en la Palabra, el agua de vida eterna. La sabiduría le acompañará. La Palabra será “antorcha para sus pasos” (Salmo 119,105).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.