ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 31 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Levítico 23,1.4-16.27-37

Habló Yahveh a Moisés, diciendo: Estas son las solemnidades de Yahveh, las reuniones sagradas que convocaréis en las fechas señaladas. El mes primero, el día catorce del mes, entre dos luces, será la Pascua de Yahveh. El quince de este mes se celebrará la fiesta de los Ázimos en honor de Yahveh. Durante siete días comeréis panes ázimos. El día primero tendréis reunión sagrada; no haréis ningún trabajo servil. Ofreceréis durante siete días manjares abrasados a Yahveh. El séptimo día celebraréis reunión sagrada; no haréis ningún trabajo servil. Habló Yahveh a Moisés, diciendo: Habla a los israelitas y diles: Cuando, después de entrar en la tierra que yo os doy, seguéis allí su mies, llevaréis una gavilla, como primicias de vuestra cosecha, al sacerdote, que mecerá la gavilla delante de Yahveh, para alcanzaros su favor. El día siguiente al sábado la mecerá el sacerdote. Ese mismo día en que mecieres la gavilla, sacrificaréis un cordero de un año, sin defecto, como holocausto a Yahveh, junto con su oblación de dos décimas de flor de harina amasada con aceite, como manjar abrasado de calmante aroma para Yahveh. Su libación de vino será un cuarto de sextario. No comeréis pan ni grano tostado ni grano tierno hasta ese mismo día, hasta traer la ofrenda de vuestro Dios. Decreto perpetuo será éste de generación en generación dondequiera que habitéis. Contaréis siete semanas enteras a partir del día siguiente al sábado, desde el día en que habréis llevado la gavilla de la ofrenda mecida; hasta el día siguiente al séptimo sábado, contaréis cincuenta días y entonces ofreceréis a Yahveh una oblación nueva. Además el día décimo de este séptimo mes será el día de la Expiación, en el cual tendréis reunión sagrada; ayunaréis y ofreceréis manjares abrasados a Yahveh. No haréis en ese mismo día ningún trabajo, pues es el día de Expiación, en el que se ha de hacer la expiación por vosotros delante de Yahveh, vuestro Dios. El que no ayune ese día será exterminado de entre su pueblo. Al que haga en tal día un trabajo cualquiera, yo lo haré perecer de en medio de su pueblo. No haréis, pues, trabajo alguno. Es decreto perpetuo, de generación en generación, dondequiera que habitéis. Será para vosotros día de descanso completo y ayunaréis; el día nueve del mes, por la tarde, de tarde a tarde, guardaréis descanso. Habló Yahveh a Moisés, diciendo: Habla a los israelitas y diles: El día quince de ese séptimo mes celebraréis durante siete días la fiesta de las Tiendas en honor a Yahveh. El día primero habrá reunión sagrada y no haréis trabajo servil alguno. Durante siete días ofreceréis manjares abrasados a Yahveh. El día octavo tendréis reunión sagrada y ofreceréis manjares abrasados a Yahveh. Habrá asamblea solemne. No haréis trabajo servil alguno. Estas son las solemnidades de Yahveh en las que habéis de convocar reunión sagrada para ofrecer manjares abrasados a Yahveh, holocaustos y oblaciones, víctimas y libaciones, cada cosa en su día,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dios indica las celebraciones que deben acompasar la vida de su pueblo, regular el tiempo, ayudar a comprender su amor en la vida de cada día y vivir la vocación. Dios fija los tiempos, que nos ayudan a comprender el sentido de nuestros días. Cuando los hombres evitan la tentación de seguir sus propias reglas, de creer que pueden doblegarlo todo a su interés, descubren la grandeza de Dios en los días y en el tiempo. La primera fiesta, el día catorce del primer mes, será la pascua del Señor, que requiere ofrecer al Señor sacrificios consumidos por el fuego. Así es la fiesta de los ázimos. La primicia que indica Dios tiene precisamente ese significado: no creerse amo, recordar los dones recibidos, no utilizarlo todo para uno mismo, y recordar no solo virtualmente lo que se ha recibido y aprender a devolverlo, siempre de manera concreta. En la fiesta el hombre descubre su libertad de estar plenamente con Dios, de ponerle a Él en el centro para encontrar el corazón de su vida y su camino. En el centro no están nuestras ocupaciones, que tanto determinan nuestras decisiones, sino la presencia de Dios. No son fiestas individuales. Siempre las celebra todo el pueblo. Tanto es así que siempre se convocan reuniones sagradas. Sabemos que también el pueblo de Israel tuvo la tentación de hacer lo contrario, es decir, reducir la fiesta a una participación individual y no de pueblo, o dejar que sea simplemente un momento exterior, mientras que Dios quiere que el corazón de los hombres esté totalmente con Él y no se distraiga por nada.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.