ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 3 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Números 11,4b-15

¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! En cambio ahora tenemos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos no ven más que el maná." El maná era como la semilla del cilantro; su aspecto era como el del bedelio. El pueblo se desparramaba para recogerlo; lo molían en la muela o lo majaban en el mortero; luego lo cocían en la olla y hacían con él tortas. Su sabor era parecido al de una torta de aceite. Cuando, por la noche, caía el rocío sobre el campamento, caía también sobre él el maná. Moisés oyó llorar al pueblo, cada uno en su familia, a la puerta de su tienda. Se irritó mucho la ira de Yahveh. A Moisés le pareció mal, y le dijo a Yahveh: "¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este pueblo? ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: "Llévalo en tu regazo, como lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?" ¿De dónde voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo, que me llora diciendo: Danos carne para comer? No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventura."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

¡Qué fácilmente el pueblo de Dios se lamenta, cree que el problema no es su incredulidad, que hace que sea vulnerable a las dificultades y que se sienta inseguro, no afronta los problemas normales del camino sino que piensa que el problema es que el Señor no le protege suficientemente! Y el miedo hace que problemas pequeños se hagan grandes, llena de nostalgia y hace que busquemos falsas seguridades. También los discípulos pensarán que Jesús no se preocupaba suficientemente por sus exigencias concretas, hasta el punto de que Pedro le pedirá garantías sobre lo que le pasaría a todo aquel que lo dejara todo para seguirle. El mal insinúa siempre la convicción de que no tenemos bastante, la triste certeza de que estamos abandonados, escondiendo todas las señales de la misericordia y de la presencia de Dios. De ese modo nos domina el "afán", la tentación de poseer, de consumir, de medir, de tener hoy, de obtener la recompensa. El pasado se convierte en nostalgia, imaginario de lo que se ha perdido, olvidando que en realidad éramos esclavos y la comida era amarga. Y cuando miramos atrás ya no reconocemos los dones que tenemos y su significado. El maná alimentaba al pueblo y lo protegía, pero ellos no sienten alegría sino que se lamentan por lo que no tienen. Moisés oye el lamento del pueblo y en parte lo hace suyo. El Señor se indigna por la incredulidad del pueblo pero Moisés se lamenta ante Dios porque siente que toda la carga del pueblo recae sobre él. Cree que le corresponde a él encontrar una respuesta y evidentemente no tiene fuerzas suficientes. Moisés se siente inseguro ante la incredulidad de su pueblo y no sabe qué contestarles cuando se lamentan. Siente toda su indignación y la presenta a Dios. "No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí." A menudo los discípulos del Señor sienten el cansancio del camino, la súplica de una seguridad y de una vida plena. Dios no se escandaliza, lo escucha todo y no aleja ninguna de nuestras súplicas.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.