ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 1 de septiembre

Recuerdo de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 5,1-6.9-11

En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando digan: «Paz y seguridad», entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta; y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él. Por esto, confortaos mutuamente y edificaos los unos a los otros, como ya lo hacéis.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo quiere prevenir a los tesalonicenses del ansia de conocer y calcular el día y la hora de la venida de Jesús. Él “ha de venir como un ladrón en la noche” (5,2). Además, el mismo Jesús había advertido a los discípulos: “Si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa” (Lc 12,39). El ladrón, por desgracia, llega siempre de manera inesperada. Lo mismo sucederá con la venida de Cristo. La única certeza que tenemos sobre el último día es que vendrá improvisada e inesperadamente. Por eso hay que velar “toda la noche". Para los que viven sin pensar en ello, en “paz y seguridad”, el día del Señor vendrá de repente y caerá sobre ellos la ruina, un gran duelo del que no podrán escapar. A muchos les pasará como a aquel rico necio que se dijo a sí mismo: “Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea” (Lc 12,16-20). El apóstol nos pide que estemos siempre en vela y vigilando, es decir, que seamos "hijos de la luz", "hijos del día", como los que viven en la luz de la Palabra de Dios y en la claridad del amor. Quien no escucha la Palabra vive “en la oscuridad” y se comporta como “los que duermen”. El hombre del día es sobrio de sí mismo, no se deja superar por sus preocupaciones y se muestra siempre dispuesto a librar la buena lucha de la fe para derrotar al mal y para que el bien prevalezca. Sabe utilizar las armas adecuadas. A los romanos, Pablo les escribe: “La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rm 13,12). Y a los efesios les dice: “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo… Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre… Tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto" (Ef 6,11ss). Las armas más importantes son la fe, el amor y la esperanza. Son armas de Dios que garantizan la victoria, e incluso la llevan en sí mismas si el creyente las lleva y las usa. El Señor ya ha reunido a los creyentes en su comunidad destinándolos así a la salvación. Pero no es un destino que nos cae encima como una losa. La fe es un don, pero no se da por casualidad, sino que siempre requiere un encuentro personal con Jesús. Y la salvación no es otra cosa que permanecer en este encuentro. Por eso: “velando o durmiendo, vivamos juntos con él” (5,10). El cielo es Jesús y la vida plena también es él. Esa es nuestra bienaventuranza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.