ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 2 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,1-8

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo el hermano, a los santos de Colosas, hermanos fieles en Cristo. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre. Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos y acerca de la cual fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio, que llegó hasta vosotros, y fructifica y crece entre vosotros lo mismo que en todo el mundo, desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en la verdad: tal como os la enseñó Epafras, nuestro querido consiervo y fiel ministro de Cristo, en lugar nuestro, el cual nos informó también de vuestro amor en el Espíritu.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo amplía su saludo también a Timoteo y da gracias a Dios "sin cesar" por la fe de los cristianos de Colosas. Ha oído hablar de la vitalidad de la comunidad y sintetiza su vida alrededor de los tres pilares que la sostienen: la fe, la caridad y la esperanza. El primero es la "fe en Cristo Jesús", es decir, acoger a Jesús como el verdadero Bien y el único Señor y Salvador. El segundo es la caridad, es decir, el amor que el discípulo recibe de Cristo y que le hace considerar a los demás como hermanos, como miembros de la única familia de Dios, eliminando así cualquier límite al amor evangélico para que sea fermento de unidad en el mundo entero. La esperanza, para el apóstol, es este término final de la unidad de todos. Dicha meta final, ya presente en el Resucitado, es lo que sostiene la fe y lo que ayuda a mantener vivo el amor fraterno. El creyente, que mediante el bautismo es sumergido en el misterio de Cristo muerto y resucitado, vive ya "con Cristo" (3,3); se encuentra, pues, desde ahora allí donde está el Resucitado, aunque todavía debe esperar su manifestación plena. Pero al igual que la semilla ya contiene todo su fruto futuro y espera su plena realización, sucede lo mismo con el cristiano que recibe el bautismo. Pablo, citando en el agradecimiento inicial los tres pilares que dan forma a la vida cristiana, deja entrever su preocupación por una comunidad que corre el peligro de contaminarse de falsas seguridades. Y le recuerda lo esencial: la relación personal con Cristo y la comunión fraterna. Este Evangelio, afirma el apóstol, no engaña y es digno de confianza. Y ya está dando frutos. El apóstol piensa no solo en los colosenses, sino también en las demás comunidades que están naciendo en otras zonas del Imperio Romano. Ante sus ojos, y por tanto también ante sus alegrías y sus preocupaciones, ve que el único Evangelio se encarna en muchas comunidades locales para dar vida a la única Iglesia. Sin duda, en la época del apóstol, la difusión del cristianismo era todavía limitada, pero se veía ya claramente su dimensión universal. Jesús, además, había comparado el Reino de los cielos con un grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, que termina haciéndose grande como un árbol. La comunidad, sin embargo, solo puede crecer si se mantiene unida a la savia de la semilla, o bien a la fuerza de la levadura. Pablo y Timoteo saben por Epafras, iniciador de la comunidad de Colosas, que la obra del Espíritu Santo (es la única vez que se menciona en la Epístola) está viva en el corazón de cada uno. Es realmente una comunidad que goza de buena salud, es decir una Iglesia que continúa escuchando el Evangelio y poniéndolo en práctica. En ese sentido, el lazo que tienen con Epafras les une también con Pablo y Timoteo, haciendo así realidad aquella fraternidad eclesial que es la fuerza que cambia el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.