ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de Moisés. Tras ser llamado por el Señor, liberó de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel y lo guió hacia la “tierra prometida”. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 4 de septiembre

Recuerdo de Moisés. Tras ser llamado por el Señor, liberó de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel y lo guió hacia la “tierra prometida”.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,15-20

El es Imagen de Dios invisible,
Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles,
los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las
Potestades:
todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo,
y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia:
El es el Principio,
el Primogénito de entre los muertos,
para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas,
pacificando, mediante la sangre de su cruz,
lo que hay en la tierra y en los cielos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Para advertir a los colosenses de que no se resignen al poder de las potencias oscuras del mundo, Pablo compone el himno cristológico. Habla ante todo de la preexistencia y superioridad de Cristo sobre toda la Creación, incluidos los ejércitos de las potencias cósmicas, es decir, todo poder inmaterial. Estos últimos ya no tienen fuerza para competir con Cristo, única verdadera respuesta a las inquietudes del hombre. El apóstol, afirmando que el Hijo es "Imagen del Dios invisible" y "Primogénito de toda la Creación", no quiere decir solo que es la primera y más importante entre las criaturas, sino que tiene la preeminencia sobre toda la creación. En el Hijo toda la creación, incluidas las realidades invisibles –que el apóstol enumera una a una–, adquiere consistencia, razón y sentido. El Hijo es el origen y el fin de la historia que culmina en la resurrección de Jesús, el acto central que hace nuevas todas las cosas. En la resurrección de Cristo, de hecho, empieza la "nueva creación". Y el Resucitado, convertido en reconciliador universal (1,20), es el centro de unidad hacia el que todo converge. Pero Él hace realidad este plan de reconciliación universal a través de la Iglesia, de la que es cabeza (es la primera vez en el Nuevo Testamento que Cristo es presentado como Cabeza del cuerpo que es la Iglesia). El apóstol aclara así qué significa para los cristianos pertenecer a la Iglesia: convertirse, en cuanto comunidad, en sacramento de Cristo en el mundo. Pero añade que Cristo es también el "primogénito". Cristo, con su resurrección, inaugura la resurrección universal de los muertos. Él es el primero que resucita, el que abre el camino, "el primogénito de entre muchos hermanos" (Rm 8,29), que cumplió la vocación profunda del hombre: entrar en comunión con Dios. Pablo no aparta su vista de Cristo y no se cansa de exaltar su primado: "Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud". Y el mal, que todavía obra en el mundo, ha sido derrotado definitivamente por Jesús. En Él Dios ya hizo realidad la paz entre todas las criaturas, la paz cósmica.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.