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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Recuerdo de la beata Madre Teresa de Calcuta. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 5 de septiembre

Recuerdo de la beata Madre Teresa de Calcuta.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,21-23

Y a vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de El; con tal que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La reconciliación entre las criaturas no es una doctrina abstracta, es una realidad que se hace realidad a partir de Jesús. Y la comunidad cristiana es el lugar donde esa reconciliación se hace visible desde ahora. Pablo lo escribe a los cristianos de Colosas al tiempo que les exhorta a no olvidar cómo estaban antes de convertirse, cuando eran extraños unos a otros y, como bárbaros, estaban aferrados al culto de los ídolos viviendo lejos del pueblo de la Alianza y, por tanto, de Dios. La lejanía de Dios, antes que el resultado de acciones pecaminosas, es el producto de persistir en mantener una vida cerrada en sí misma. El apóstol escribe a los colosenses para que comprendan la novedad radical que el Evangelio introduce en la vida del hombre. Se trata de un verdadero renacimiento, que los autores sagrados no dudan en llamar "nueva creación". La salvación que trae el Evangelio no es, pues, una teoría filosófica basada en razonamientos vanos. Se basa en la muerte de una persona concreta, de un "cuerpo de carne": Jesús. Y de su muerte, renace una vida nueva. El Hijo, en efecto, para obtener la reconciliación, se ha rebajado hasta hacerse solidario en todo (excepto el pecado) con la situación humana de lejanía de Dios. Los creyentes que lo han acogido son también ellos santos, inmaculados e irreprensibles como lo es el Hijo. Y están llamados a vivir de manera digna esta vocación. Cuando se acoge el Evangelio, hay que mantenerse fiel a él hasta el fondo. El apóstol recuerda a los colosenses, y también a los creyentes de hoy, que el Evangelio ha sido anunciado a "toda criatura bajo el cielo", es decir, ha sido predicado a las distintas culturas del mundo conocido y en todas las franjas de la sociedad. Esta garantía de universalidad es una valiosa fuerza en todas las épocas, pero especialmente en este tiempo en el que parece que resurgen particularismos y egocentrismos que fomentan odios y conflictos. El Evangelio de Cristo obra para reunir a todos en la única familia de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.