ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 11 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Deuteronomio 30,15-20

Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán. Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando Yahveh tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahveh juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Al comienzo de la Cuaresma se nos ha puesto delante una elección: la de convertirnos al Señor, abandonando el camino del mal y de la muerte para seguir el camino del bien y de la vida. El Deuteronomio indica la posibilidad de vivir en la paz: amar al Señor, caminar por sus sendas, observar sus mandamientos. Al final del pasaje se retoma la misma exhortación: "Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él". Ante todo el amor; todo parte de ahí. Amar al Señor significa escucharlo, acoger su palabra, y por tanto "seguir sus caminos", es decir, seguirlo, "vivir unido a él". Nadie debe creer poder ponerse por delante del Señor, como de hecho haríamos creyéndonos más sabios que el Evangelio. Los discípulos -precisamente por serlo- saben bien que deben estar siempre detrás para poder seguirlo y escucharlo. También en los Evangelios Jesús pide a los discípulos que le sigan. La oración, la escucha y la lectura de la Palabra de Dios nos ayudan en el seguimiento. A menudo en la vida querríamos todos ir delante, es decir, afirmarnos a nosotros mismos, mientras que los demás deberían seguirnos, darnos la razón, aprobar nuestras costumbres y ceder a nuestras razones. Ser discípulos y amar al Señor es una elección que debe renovarse cada día, sobre todo en el tiempo de Cuaresma, tiempo oportuno para la conversión, que ayuda a salir de nosotros mismos para volver la mirada hacia Él. Amando y siguiendo se aprende también a obedecer sus mandatos, su Palabra. El Deuteronomio señala que en el amor a Dios y en la obediencia a Él se esconde el camino de la vida y de la longevidad. Es un punto de vista que a veces la propia Biblia pone en discusión, sobre todo ante el sufrimiento y la muerte prematura del justo, como ocurre por ejemplo en el libro de Job o en el de la Sabiduría. A pesar de todo es indudable que la comunión con el Señor y la escucha de su palabra hacen hermosa y humana la vida, y constituyen una gran sabiduría para el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.