ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 1 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Amós 8,4-6.9-12

Escuchad esto los que pisoteáis al pobre
y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: "¿Cuándo pasará el novilunio
para poder vender el grano,
y el sábado para dar salida al trigo,
para achicar la medida y aumentar el peso,
falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles
y al pobre por un par de sandalias,
para vender hasta el salvado del grano?" Sucederá aquel día
- oráculo del Señor Yahveh -
que yo haré ponerse el sol a mediodía,
y en plena luz del día cubriré la tierra de tinieblas.
Trocaré en duelo vuestra fiesta,
y en elegía todas vuestras canciones;
en todos los lomos pondré sayal
y tonsura en todas las cabezas;
lo haré como duelo de hijo único
y su final como día de amargura. He aquí que vienen días
- oráculo del Señor Yahveh -
en que yo mandaré hambre a la tierra,
no hambre de pan, ni sed de agua,
sino de oír la palabra de Yahveh. Entonces vagarán de mar a mar,
de norte a levante andarán errantes
en busca de la Palabra de Yahveh,
pero no la encontrarán.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje está incluido en la última parte del libro de Amós (capítulos 7-9), que presenta cinco visiones del castigo divino, un castigo del que primero se profiere la amenaza y luego se cumple. En el ámbito de la cuarta visión, la de una canasta de fruta madura (8,1-3), el profeta anuncia el fin de Israel, que, precisamente, ha llegado a su madurez. La Palabra de Dios nos ayuda a leer la historia de manera profunda, nos ayuda a ver más allá de nuestra superficialidad, más allá de nuestros criterios exteriores. El profeta, escuchando al Señor, comparte la misma visión de la historia que tiene Dios. Y está llamado a comunicarla al pueblo al que lo envía el Señor. Amós, en este pasaje, ve el final de una sociedad que se ha basado en la riqueza y en la saciedad y que no ha sabido ni aplicar la justicia ni amar a los pobres. Esas injusticias acarrean el inevitable fin ruinoso y doloroso. Negarse a escuchar la Palabra de Dios, que los profetas no dejan de anunciar, lleva siempre a la destrucción. Se podría decir que no es Dios, quien inflige el castigo destructivo, sino que es la corrupción de la sociedad, la que la sume en el fracaso. Los habitantes de Samaría, la capital del Reino de Israel, estaban dispuestos a todo para aumentar su riqueza. Consideraban lícito cualquier medio para enriquecerse y la corrupción, algo normal. E incluso las fiestas ("el novilunio") y el sábado, tiempos consagrados al Señor, se habían convertido en ocasiones para enriquecerse, en motivos de total indiferencia hacia los pobres y de acumulación de bienes para unos mismo. La palabra profética nos advierte para que no cedamos al engaño de la riqueza, que fácilmente lleva a olvidar a Dios y a despreciar a los pobres. Al Señor no le interesan hombres y mujeres que se acerquen a él en los ritos del culto y vivan en la saciedad y sin amor. El "día del Señor", descrito con imágenes apocalípticas (oscurecimiento del sol, tinieblas sobre la tierra), será terrible: las fiestas se convertirán en lamentos; las canciones, en elegías; los vestidos de lujo, en vestiduras de dolor; y las cabezas soberbias, en cabezas rasuradas. Y llegarán a experimentar el dolor más amargo: el luto por la muerte del hijo único y, por tanto, la extinción de la familia. Da que pensar que el escenario de muerte se haga realidad cuando mengua la Palabra de Dios: habrá hambre de la Palabra de Dios para encontrar consuelo, pero se habrá apagado la profecía y no se podrá encontrar aquel pan. Es una exhortación a comprender la gracia del tiempo de la predicación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.