ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de Nunzia, discapacitada mental que murió en Nápoles, y de todos los discapacitados mentales que se han dormido en el Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 30 de julio

Recuerdo de Nunzia, discapacitada mental que murió en Nápoles, y de todos los discapacitados mentales que se han dormido en el Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 26,11-16.24

Y los sacerdotes y profetas, dirigiéndose a los jefes y a todo el pueblo, dijeron: "¡Sentencia de muerte para este hombre, por haber profetizado contra esta ciudad, como habéis oído con vuestros propios oídos!" Dijo Jeremías a todos los jefes y al pueblo todo: "Yahveh me ha enviado a profetizar sobre esta Casa y esta ciudad todo lo que habéis oído. Ahora bien, mejorad vuestros caminos y vuestras obras y oíd la voz de Yahveh vuestro Dios, y se arrepentirá Yahveh del mal que ha pronunciado contra vosotros. En cuanto a mí, aquí me tenéis en vuestras manos: haced conmigo como mejor y más acertado os parezca. Empero, sabed de fijo que si me matáis vosotros a mí, sangre inocente cargaréis sobre vosotros y sobre esta ciudad y sus moradores, porque en verdad Yahveh me ha enviado a vosotros para pronunciar en vuestros oídos todas estas palabras." Dijeron los jefes y todo el pueblo a los sacerdotes y profetas: "No merece este hombre sentencia de muerte, porque en nombre de Yahveh nuestro Dios nos ha hablado." Gracias a que Ajicam, hijo de Safán, defendió a Jeremías, impidiendo entregarlo en manos del pueblo para matarle.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El texto se abre con la invitación a Jeremías de ir al Templo. El Señor le pide: «habla a todas las ciudades de Judá, que vienen a adorar en el templo del Señor, todas las palabras que yo te he mandado hablarles, sin omitir ninguna». Y añade: «Puede que oigan y se torne cada cual de su mal camino, y yo me arrepentiría del mal que estoy pensando hacerles por la maldad de sus obras». Pero luego le pide que les advierta: «Si no me oís para andar según mi Ley que os propuse, oyendo las palabras de mis siervos los profetas que yo os envío asiduamente (pero no habéis hecho caso), entonces haré con este templo como con Siló, y esta ciudad entregaré a la maldición de todas las gentes de la Tierra». Son palabras muy duras, las que el Señor dirige al profeta. Y este sabe que debe comunicarlas a todos fielmente, pues el destino de la ciudad depende de si las escuchan o no y de si las observan o no. También de ello depende el destino del profeta. Y el destino de los profetas nos lo recuerda Jesús cuando dice: Yo (el Señor) «les enviaré profetas… a algunos los matarán y perseguirán» (Lc 11,49). El profeta vive dominado por una vocación que no pone límites a la Palabra divina. Y su propia libertad se identifica con la valentía de comunicar lo que el Señor le ha ordenado decir. El profeta –y todo creyente está llamado a serlo– no habla calculando que no haya peligros para su vida. Como hijo y amigo de la Palabra que se le ha confiado, la comunica a tiempo y a destiempo, como dirá el apóstol. Está ligado a su misión; no puede renunciar al llamamiento que ha recibido. Y Jeremías experimenta la amargura de no ser escuchado. Escribe el texto: «Luego que hubo acabado Jeremías de hablar todo lo que le había ordenado el Señor que hablase a todo el pueblo, le prendieron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo». Es lo mismo que le pasará a Jesús, que será arrestado por aquellos que no querían reconocerle como el Mesías, el Ungido del Señor. Ni Jeremías ni Jesús hablaron de ellos mismos ni pensaron en su incolumidad. Ambos hablaron en el nombre de Dios y se dirigieron al corazón de la gente. Algunos aceptaron las palabras de Jeremías y entendieron que eran por el bien de todos. Su sabiduría los llevó a oponerse a las decisiones de los jefes del Templo que estaban preocupados solo por mantener la institución que representaban y controlaban. Y Jeremías pudo esquivar a la muerte. Algunos que habían aceptado su palabra y se habían alejado de la «maldad de sus obras» (v. 3) lo salvaron. Y la Palabra de Señor no se pierde entre los intereses inconfesables de los responsables del Templo. El mundo se salva cuando hay personas justas y rectas que reconocen la voz de Dios e intentan que prevalezca sobre la confusión y la mentira.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.