ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 9 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 1,1-6

1 ¡Dichoso el hombre que no sigue
el consejo de los impíos,
ni en la senda de los pecadores se detiene,
ni en el banco de los burlones se sienta,
2 mas se complace en la ley de Yahveh,
su ley susurra día y noche!
3 Es como un árbol plantado
junto a corrientes de agua,
que da a su tiempo el fruto,
y jamás se amustia su follaje;
todo lo que hace sale bien.
4 ¡No así los impíos, no así!
Que ellos son como paja que se lleva el viento.
5 Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos,
ni los pecadores en la comunidad de los justos.
6 Porque Yahveh conoce el camino de los justos,
pero el camino de los impíos se pierde.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia nos hace cantar el salmo que abre todo el salterio. El salmista canta desde el inicio, podríamos decir, la bienaventuranza del creyente que escucha la palabra del Señor. De hecho, es la escucha lo que le distingue del necio. No es la inteligencia o la cultura, ni siquiera las cualidades humanas que posea, lo que hace de un hombre un creyente, un discípulo, sino precisamente la escucha. El necio, sin embargo, no escucha la palabra del Señor y, siguiéndose sólo a sí mismo, tiene la ilusión de vivir con plenitud y libertad. Pero se encuentra con una vida similar al tamo que el viento dispersa (“tamo” en hebreo significa una cosa sin peso, sin raíces, que deambula de aquí allá y se volatiliza). Por esto -advierte el salmista- el necio “se extravía”. El justo, sin embargo, que no sigue el consejo de malvados y que “ni en grupos de necios toma asiento”, encuentra su felicidad escuchando al Señor. Él ama y medita día y noche la ley del Señor (en hebreo el término “meditar” significa recitar susurrando hasta aprender de memoria el texto sagrado). El salmista quiere sugerir que Dios susurra su Palabra para que llegue hasta el corazón del creyente y permanezca allí porque es así como puede dar fruto. El justo es como un árbol sólidamente plantado a lo largo del río: ciertamente da frutos en todas las estaciones y en todas las situaciones, y sus hojas están siempre verdes. La experiencia espiritual nos dice que de un corazón que escucha la Palabra de Dios emana sabiduría, conocimiento, prudencia, y surgen acciones santas. En efecto, la Palabra de Dios no sólo procura alegría a quien la escucha, sino que es fuerza que empuja a realizar las obras del amor y a cambiar también el mundo. Quien se aleja de la ley del Señor lleva una vida triste, vacía y sin frutos. El salmista invita desde el primer salmo a descubrir la primacía de la escucha porque en la escucha se encuentra el fundamento de su misma vida. También Jesús, al inicio de su predicación, llama “bienaventurados” a los que escuchan su palabra y la ponen en práctica porque construyen su vida sobre una roca sólida que resiste a las adversidades y da seguridad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.