ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,16-21

Porque tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado;
pero el que no cree, ya está juzgado,
porque no ha creído
en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está
en que vino la luz al mundo,
y los hombres amaron más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz,
para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad,
va a la luz,
para que quede de manifiesto
que sus obras están hechas según Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." En esta frase el evangelista Juan nos da una síntesis de su Evangelio. Dios no estuvo nunca tan cerca de los hombres como cuando se hizo igual a nosotros. ¡Qué prueba podría ser más grande que su amistad por nosotros y que la gran consideración por nuestro destino, mucho más grande que la que nosotros mismos demostramos por nosotros y por los demás! Existe una forma de falso amor por uno mismo que en realidad es solo autoconservación y egoísmo, es decir, justo lo contrario del modo de ser del Hijo, que consideró que su vida tenía valor solo si la gastaba para los demás y no la guardaba para sí mismo. Esa es la vida eterna de la que Jesús habla a Nicodemo, ese es el amor, desmesurado y gratuito, que tras su crucifixión y resurrección reciben todos los hombres y que ilumina toda la tierra con una luz totalmente nueva. A la luz de la pasión de Jesús por los hombres -una pasión vivida hasta el fondo- se revelan los rincones oscuros, las asperezas del corazón, y se manifiesta el juicio angosto que muchas veces hace mísera nuestra vida y nos impide dar los frutos buenos del amor y de la misericordia. El Hijo no viene a condenar al mundo, Jesús no obtiene satisfacción humillando al mundo; más bien, cuando el mundo se deja iluminar por la luz del Evangelio, revela las bellezas y las miserias de la vida del hombre. Siendo más conscientes de la gran necesidad de salvación que tenemos y sin dejarnos cegar por la oscuridad del egoísmo, busquemos en Él el camino de la vida verdadera, sigámoslo en el camino que lo llevó desde el Gólgota hasta el esplendor de la resurrección. Eso, de hecho, es lo que significa "obrar la verdad": se trata de vivir concretamente aquel amor sin límites que Dios sembró en el corazón de todo hombre. El Señor Jesús vino para acogernos en su mismo dinamismo de amor. Por eso nos podemos llamar "hijos de la resurrección".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.