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Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

En Israel es el día de la Memoria de la Shoah, cuando se recuerda el exterminio del pueblo judío por obra de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 27 de abril

En Israel es el día de la Memoria de la Shoah, cuando se recuerda el exterminio del pueblo judío por obra de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,31-36

El que viene de arriba
está por encima de todos:
el que es de la tierra,
es de la tierra y habla de la tierra.
El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído,
y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio
certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios,
porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo
y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna;
el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida,
sino que la cólera de Dios permanece sobre él.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico que acabamos de escuchar continúa el discurso de Jesús a Nicodemo y, una vez más, repropone la centralidad de la fe en Jesús. El Señor invita a Nicodemo a levantar la mirada de las cosas terrenales, de sus costumbres inveteradas, de sus convicciones, también las religiosas. Es una invitación que el Evangelio nos hace también a cada uno de nosotros, que con frecuencia nos acomodamos a una vida banal y perezosa y nos resignamos a una vida sin un futuro de esperanza para nosotros mismos y para los demás. En las palabras que recibe Nicodemo está la invitación a dirigir nuestra mirada hacia Jesús: él "viene de arriba" y "está por encima de todos". Él es la verdadera esperanza para nosotros y para el mundo. Bajó del cielo para estar a nuestro lado y comunicarnos la vida que él vive de manera única con el Padre del cielo: “Él” -dice Jesús hablando en tercera persona- "da testimonio de lo que ha visto y oído". Jesús revela el misterio mismo de Dios que de otro modo sería impenetrable. Ese es el sentido de su misión. Jesús, en efecto, no vino para afirmarse a sí mismo o para dedicarse a proyectos personales que quería llevar a cabo, como normalmente cada uno de nosotros queremos hacer en nuestra vida. Jesús bajó del cielo para comunicar a los hombres "las palabras de Dios" y no para dar "el Espíritu con medida". De ahí el honor y la devoción que debemos tener por las Santas Escrituras que contienen precisamente "las palabras de Dios". Cada día estamos llamados a escucharlas y a meditarlas hasta hacerlas nuestras. La Biblia no es para nosotros un libro cualquiera. Debemos abrir las santas páginas dejándonos guiar por el "Espíritu" que recibimos "sin medida". Escuchemos las palabras de la Santa Escritura no con vana curiosidad sino dejando que lleguen hasta nuestro corazón y de ese modo podamos cambiar nuestra vida. Eso es lo que significa "creer en el Hijo": tener el Evangelio en el corazón como la Palabra de la salvación. Por eso aquel que las escucha y las conserva en su corazón "tiene vida eterna".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.