ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lyon y mártir (+202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 28 de junio

Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lyon y mártir (+202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 17,20-26

No ruego sólo por éstos,
sino también por aquellos
que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste,
para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí,
para que sean perfectamente uno,
y el mundo conozca que tú me has enviado
y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre,
los que tú me has dado,
quiero que donde yo esté
estén también conmigo,
para que contemplan mi gloria,
la que me has dado,
porque me has amado
antes de la creación del mundo. Padre justo,
el mundo no te ha conocido,
pero yo te he conocido
y éstos han conocido
que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre
y se lo seguiré dando a conocer,
para que el amor con que tú me has amado esté en ellos

y yo en ellos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia recuerda a san Ireneo, obispo de Lyon. Provenía del Asia menor y era discípulo de Policarpo de Esmirna, quien le transmitió lo que había aprendido de Juan. Se trasladó a Lyon donde fue consagrado obispo tras el asesinato de Potino. Como pastor ejerció una intensa actividad misionera en toda la Galia haciendo crecer la recta fe y pacificando las comunidades cristianas divididas por controversias. Entre sus empeños estuvo el de reconciliar a las Iglesias de Oriente y de Occidente, divididas sobre la fecha de la celebración de la Pascua. Para Ireneo la fe cristiana es creer en un Padre bueno que no abandona al hombre, su criatura, sino que continúa hablándole y preparándole para la salvación que trajo el Hijo, Jesús. Sus escritos, que forman parte de los primeros ejemplos de teología cristiana, muestran la bondad de la creación y del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. Ireneo es el ejemplo del buen pastor que, siguiendo las palabras de Jesús, intentó curar al pueblo que le habían confiado y llevar al único redil a todos aquellos que se unían al Evangelio. Su ejemplo ilumina la oración sacerdotal de Jesús, de la que hoy hemos escuchado un pasaje. Jesús la pronuncia antes de ir al monte de los Olivos como su «testamento espiritual». Después de alabar al Padre, Jesús mira a aquellos hombres débiles y poco preparados. Les había confiado la no sencilla tarea de continuar su obra, y reza por ellos, para que puedan continuarla. Luego mira más allá y su pensamiento llega a abarcar a aquellos que en todos los tiempos creerán en el Evangelio. Las paredes del cenáculo parecen caer y ante los ojos de Jesús aparece una numerosa multitud de hombres y mujeres provenientes de todos los rincones de la tierra que esperan consuelo y paz. Jesús reza por ese extenso pueblo y le pide al Padre que «sean perfectamente uno». Sabe que el espíritu de división los destruiría. Por eso pide lo imposible: que todos tengan la misma unidad que existe entre él y el Padre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.