ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 22 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 5,12-16

Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo... Y solían estar todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón, pero nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio. Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres. ... hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pórtico de Salomón era el lugar donde Jesús solía pararse para enseñar. Todos los apóstoles se reunían precisamente en aquel pórtico para continuar lo que su Maestro había hecho. Allí, de hecho, empezaron a hablar de Jesús y de sus enseñanzas y mostraban su misma fuerza y su misma misericordia. Ninguno de los otros discípulos, dice Lucas, «se atrevía a unirse ellos», quizás para evitar las reacciones de los jefes del pueblo que habían prohibido predicar. Era una sabia prudencia, entre otras cosas porque eso no evitaba que la comunidad creciera en número: «la gente hablaba de ellos de forma elogiosa», continúa diciendo el autor de los Hechos, y «cada vez era mayor el número de creyentes que se adherían al Señor». Se ve aquí claramente la inteligencia pastoral que fomenta una misión atenta, no polémica y al mismo tiempo eficaz. Muchos acudían. Parece que se repitan las mismas escenas que encontramos en los Evangelios: muchas personas acudían al pórtico y allí por donde pasaban los apóstoles, y muchos «sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos» (v. 15). Es una manera muy hermosa de describir el paso de los apóstoles por las calles y las plazas de Jerusalén. Podemos decir que desde su inicio la comunidad cristiana está en salida, como diría el papa Francisco. Esta escena hace que nos preguntemos si nuestra manera de vivir es atractiva, si provoca emoción, esperanza y alegría. La imagen de estar a la sombra de Pedro para ser curado es muy sugerente. La imagen de Pedro –y de cualquiera de los discípulos que vive del Evangelio– que cura solo por estar a su sombra muestra la urgencia de que las comunidades cristianas sean en nuestras ciudades como la sombra de la misericordia de Dios. Ser cubierto por la sombra de Pedro significaba ser envuelto por el amor y por la misericordia del apóstol y, por tanto, de Dios mismo. Eso es lo que cada comunidad cristiana está llamada a hacer también hoy: cubrir con la sombra de la misericordia del Señor a aquellos que sufren la canícula del desierto de vida y de amor que es la vida de nuestras ciudades. Quien sea cubierto por la sombra del amor encontrará descanso y fuerza para volver a ponerse en pie y reanudar el camino de la vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.