ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 20 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 17,15-21

Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con una orden para Timoteo y Silas de que fueran donde él lo antes posible. Mientras Pablo les esperaba en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios; y diariamente en el ágora con los que por allí se encontraban. Trababan también conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoicos. Unos decían: «¿Qué querrá decir este charlatán?» Y otros: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras.» Porque anunciaba a Jesús y la resurrección. Le tomaron y le llevaron al Areópago; y le dijeron: «¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones? Pues te oímos decir cosas extrañas y querríamos saber qué es lo que significan.» Todos los atenienses y los forasteros que allí residían en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir u oír la última novedad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La persecución, por un singular designio de Dios, hacía que los discípulos fueran a otros lugares a comunicar la buena nueva del reino. El Señor transformaba en oportunidad para el Evangelio la dureza de los hombres que se le oponían. Así pues, Pablo llegó a Atenas como un fugitivo. Aunque la ciudad ya no era tan próspera como en tiempos de Platón, seguía siendo una gran capital. En la narración de Lucas, después de Jerusalén y antes de Roma, Pablo tenía que predicar el Evangelio en la capital de la cultura de aquel tiempo. El apóstol no empezó a hablar con los atenienses nada más llegar a la ciudad. Prefirió mezclarse con el tráfico del ágora y del mercado para comprender la sensibilidad de los atenienses. El desafío era muy delicado, y Pablo lo sabía. Por eso quería comprender desde dentro, por decirlo de alguna manera, la cultura, las costumbres, la sensibilidad y la vida de los atenienses. Pablo tenía en su cabeza una gran pregunta: ¿Jerusalén conquistaría Atenas? ¿El Evangelio tocaría el corazón del Areópago? Es la misma pregunta que hoy seguimos planteándonos nosotros frente a los muchos areópagos de este mundo, frente a las culturas que pueblan el planeta y que anidan en el corazón y en la mente de los hombres. La audacia de Pablo, que con valentía se presenta ante los sabios de Atenas, nos demuestra que no hay areópagos ajenos a la predicación, que no hay culturas ajenas al Evangelio. Al contrario: los areópagos de hoy esperan a discípulos que sepan anunciar con sabiduría y fuerza la salvación que viene de Jesús. El desafío que tienen ante ellos todos los cristianos es grande y no lo pueden eludir porque solo el Evangelio puede hacer más humano el mundo en el que vivimos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.