ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 14 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,11-15

«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este tiempo de Adviento la Iglesia nos presenta a Juan Bautista como el que prepara el camino al Señor. De nadie Jesús habló tanto como de él. En los versículos que preceden a este pasaje, Jesús lo presenta como el profeta que sabe esperar al Señor, y lo señala como un ejemplo para los creyentes (2-10). Con su vida austera, el Bautista se ha preparado sobre todo a sí mismo para el encuentro con Dios: ha combatido contra sí mismo para que en su corazón creciese el hombre religioso que sabe esperar a quien el Señor envía como Mesías. Se ha convertido en un hombre espiritual, en un creyente que se deja guiar por el Espíritu de Dios y no por sí mismo ni por sus costumbres. Todo esto ha requerido una lucha contra sí mismo, hecha de disciplina, de compromiso, de perseverancia en la oración, de distanciamiento de las riquezas, de obediencia al Señor, de unión entre su corazón y Dios. Es un proceso de "violencia" contra sí mismo el que edifica al hombre interior. Juan, que se ha forjado con esta disciplina espiritual, ha sido capaz de reconocer a Jesús en cuanto lo vio en el Jordán, mientras se acercaba a él. Y después, con su predicación, ha tratado de abrir un camino en el corazón de los hombres de su generación para que reconocieran y acogieran al Mesías ya presente. Por esto Jesús puede decir que "no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista"; es decir, un hermano único que se nos ha enviado para que preparemos nuestro corazón para acoger a Jesús como el Salvador. Diciendo además que el más pequeño en el reino es mayor que Juan, Jesús quiere exhortar a los discípulos a descubrir la grandeza de la vocación que han recibido y que tantas veces también nosotros ignoramos. El Señor ha puesto en sus discípulos una confianza extraordinaria hasta el punto de decirles: "el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún" (Jn 14,12). No podemos dejar de preguntarnos: ¿qué hacemos con esta confianza que el Señor ha depositado en cada uno de nosotros? Es una pregunta que en este tiempo de preparación al nacimiento de Jesús debe envolvernos de una forma más cercana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.