ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en África. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 23 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en África.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,31-35

Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Marcos sigue mostrándonos a Jesús que reside en una casa y está siempre rodeado de una gran multitud. Mientras está hablando llegan sus parientes con María. El evangelista no dice el motivo de su visita, pero no es difícil imaginar que quizá estaban preocupados por las exageraciones que Jesús mostraba o también porque habían sabido que los fariseos lo estaban vigilando, hasta el punto de mandar a algunos desde Jerusalén. Querían verle y hablar con él. Cansados quizá por el viaje -venían de Nazaret- no esperaron a que Jesús terminara de hablar y mandaron a alguien a anunciarle su llegada. La aglomeración era mucha y ellos se quedaron "fuera". Este detalle no es simplemente espacial. Aquellos familiares estaban "fuera", es decir, no estaban entre los que escuchaban la predicación de Jesús. Ya podemos deducir de esta notación que no son los lazos de sangre ni tampoco los vínculos de una costumbre ritual los que llevan a ser verdaderos familiares de Jesús. Sólo los que están dentro de la casa, los que escuchan la Palabra de Dios, forman parte de la nueva familia que Jesús ha venido a formar. A quien le dice que fuera de la casa estaban su madre y sus otros hermanos, Jesús indica quién forma parte de su nueva familia, de la Iglesia: los miembros son los que escuchan el Evangelio. De esta escucha es de donde nace la comunidad cristiana, y, por tanto, es sobre la Palabra de Dios sobre la que esta se edifica. El Evangelio es la roca que sostiene toda comunidad y la Iglesia entera. Y tal comunidad -hay que notarlo con atención- no es una asociación cualquiera. Tiene los rasgos de "familia". La Iglesia debe vivir como una familia, es decir, con esos lazos que por eso se llaman "familiares". Los miembros deben vivir las relaciones de fraternidad propias de la familia, empezando por el Padre que está en los cielos, a quien Jesús invita a llamar "abbá", y luego con Jesús mismo y con los demás hermanos y hermanas. Hay que evitar la tentación de creernos familiares porque observamos algunos ritos o quizá por practicar alguna que otra obra buena. La relación con Jesús tiene los rasgos de las relaciones de familiaridad, por tanto está llena de amor gratuito, de fraternidad, de esperanza común. Ser discípulos requiere la escucha atenta y disponible de las palabras de Jesús y la implicación de nuestra vida con él. Para formar parte del grupo de los cristianos, para ser discípulos, no basta con sentir la relación con Jesús como aquellos "parientes" la sentían. Cada día debemos entrar "dentro" de la comunidad y escuchar el Evangelio como se nos predica. ¡No se es discípulo de una vez por todas! Cada día necesitamos estar junto a Jesús y escuchar su palabra. Si vivimos así, Jesús dirigirá sus ojos llenos de amor también sobre nosotros y le escucharemos decir: "Estos son mi madre y mis hermanos". Es la bienaventuranza de ser sus discípulos, no por nuestros méritos especiales sino sólo porque escuchamos su Palabra y tratamos de ponerla en práctica.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.