ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Sergio de Radonež, monje fundador de la laura de la Santísima Trinidad de Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald en julio de 1939. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 18 de julio

Recuerdo de san Sergio de Radonež, monje fundador de la laura de la Santísima Trinidad de Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald en julio de 1939.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,25-27

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje evangélico reproduce una oración que Jesús le hace al Padre: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños». Jesús bendice al Padre y le da gracias porque ha dado a conocer el Evangelio del Reino a los «pequeños». Tiene ante sí a aquel pequeño grupo de hombres y mujeres que lo siguen. Entre ellos no hay muchos poderosos ni inteligentes; son mayoritariamente pescadores, empleados de bajo nivel y, en cualquier caso, personas de clase no alta. Si algún personaje de relieve se acerca a Jesús (como por ejemplo el sabio Nicodemo), oye de boca de Jesús que debe «volver a nacer», volver a ser «pequeño», porque si no lo hace no podrá entrar en el Reino del Cielo. El reino, efectivamente, es solo para los «pequeños». Es «pequeño» quien reconoce sus límites y su fragilidad, quien siente que necesita a Dios, lo busca y le confía su vida. El texto evangélico, sin embargo, no pretende despreciar a los «sabios e inteligentes» sino más bien advertir a aquellos que piensan como los escribas y los fariseos, es decir, los engreídos, los que están tan llenos de sí mismos que no necesitan a nadie, ni siquiera a Dios. Este sentimiento de autosuficiencia no solo aleja de Dios sino que fácilmente se traduce en desprecio por los demás. El discípulo, por el contrario, sabe que todo lo debe a Dios y a Jesús que nos lo ha revelado. Nosotros difícilmente sentimos que somos los sabios y los inteligentes de los que habla Jesús. Lo somos en la práctica: sabios de nuestras costumbres, de los juicios que ya ni nos inmutan; inteligentes hasta el punto de no escuchar a nadie y de creer que podemos prescindir de los demás. La fe es ante todo el abandono confiado de los pobres, que no lo entienden todo pero se sienten fuertes porque se sienten amados y obedecen la Palabra de Jesús. Los pequeños no son en absoluto los que no comprenden o los que «se lo creen todo». Solo la confianza permite ver lo que de otro modo es invisible. Todos podemos ser pequeños si seguimos el camino de la humildad, un camino que nos hace realmente grandes. El Señor nos ha elegido para que, a pesar de nuestra pobreza, podamos participar en el gran sueño de Dios por el mundo, el de reunir a todos los pueblos alrededor de Él para que vivan en la alabanza al Señor y en paz entre ellos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.