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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XVI del tiempo ordinario
Fiesta de María Magdalena. Anunció a los discípulos que el Señor había resucitado.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 22 de julio

XVI del tiempo ordinario
Fiesta de María Magdalena. Anunció a los discípulos que el Señor había resucitado.


Primera Lectura

Jeremías 23,1-6

¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! - oráculo de Yahveh -. Pues así dice Yahveh, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revista por vuestras malas obras - oráculo de Yahveh -. Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus estancias, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna - oráculo de Yahveh -. Mirad que días vienen - oráculo de Yahveh -
en que suscitaré a David un Germen justo:
reinará un rey prudente,
practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá,
e Israel vivirá en seguro.
Y este es el nombre con que te llamarán:
"Yahveh, justicia nuestra."

Salmo responsorial

Salmo 22 (23)

Yahveh es mi pastor,
nada me falta.

Por prados de fresca hierba me apacienta.
Hacia las aguas de reposo me conduce,

y conforta mi alma;
me guía por senderos de justicia,
en gracia de su nombre.

Aunque pase por valle tenebroso,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.

Tú preparas ante mí una mesa
frente a mis adversarios;
unges con óleo mi cabeza,
rebosante está mi copa.

Sí, dicha y gracia me acompañarán
todos los días de mi vida;
mi morada será la casa de Yahveh
a lo largo de los días.

Segunda Lectura

Efesios 2,13-18

Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 6,30-34

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Jesús dice a los discípulos: «Venid aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». El encuentro con el Señor el domingo no nos separa del tiempo normal de la vida. En todo caso, es como una bisagra entre la semana que ha pasado y la que está por empezar; es como una luz que ilumina el tiempo de ayer, para comprenderlo, y el de mañana, para trazar su recorrido.
Eso es lo que pasa en la narración evangélica, cuando Jesús y los discípulos suben a la barca para pasar al otro lado. El momento de la travesía en la barca, entre una orilla y la otra, se puede comparar con el domingo, que nos une a las dos orillas del lago, donde siempre hay una gran muchedumbre de gente necesitada. La muchedumbre, de entonces y de ahora, es sin duda el objeto primario de la misión del Señor y de sus discípulos. A ellos se dirige la compasión de Jesús. Por eso el Evangelio puede decir: «los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer». Estar «aparte» no era una fuga, sino más bien un momento para fortalecer y afinar la compasión. Se trata de escuchar ante todo al Señor, dejar entrar en el corazón las palabras de la Escritura; estas son como un respiro más grande en el que puede reposar la mente; o, dicho de otro modo, representan una bocanada de aire puro que todos necesitamos para pensar mejor, para sentir de manera más generosa, para recuperar fuerzas. El inicio de la semana que está por venir debe encontrarnos serenos de espíritu y más cerca de los sentimientos del Señor.
Al llegar al otro lado del lago está de nuevo la gente esperándole. Tal vez han visto el recorrido de la barca, han intuido el lugar en el que va a tocar tierra, han ido corriendo y han llegado antes. En cuanto Jesús baja de la barca se encuentra otra vez rodeado por la gente. Escribe Marcos: «Vio tanta gente que sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor». En las últimas palabras evangélicas podemos percibir toda la tradición veterotestamentaria sobre el abandono de la gente por parte de los responsables del pueblo de Israel. El profeta Jeremías lo grita con claridad: «Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos». Será el mismo Señor quien se ocupe de su pueblo: «Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus pastos». El secreto de todo se esconde en la compasión del Señor por su pueblo. Esta compasión, que llevó a Jesús a enviar a los Doce a anunciar el Evangelio y a servir a los pobres, continúa llevándole, apenas bajar de la barca, a reanudar inmediatamente su «trabajo». Y es eso mismo lo que continúa pidiendo a los discípulos de todos los tiempos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.