ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Recuerdo de Filomena, anciana de Trastevere, en Roma, muerta en una residencia en 1976. Junto a ella recordamos a todos los ancianos, en especial a los que están solos y viven en asilos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 12 de diciembre

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Recuerdo de Filomena, anciana de Trastevere, en Roma, muerta en una residencia en 1976. Junto a ella recordamos a todos los ancianos, en especial a los que están solos y viven en asilos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 40,25-31

¿Con quién me asemejaréis
y seré igualado?, dice el Santo. Alzad a lo alto los ojos y ved:
¿quién ha hecho esto?
El que hace salir por orden al ejército celeste,
y a cada estrella por su nombre llama.
Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía,
no falta ni una. ¿Por qué dices, Jacob,
y hablas, Israel:
"Oculto está mi camino para Yahveh,
y a Dios se le pasa mi derecho?" ¿Es que no lo sabes?
¿Es que no lo has oído?
Que Dios desde siempre es Yahveh,
creador de los confines de la tierra,
que no se cansa ni se fatiga,
y cuya inteligencia es inescrutable. Que al cansado da vigor,
y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta. Los jóvenes se cansan, se fatigan,
los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh
él les renovará el vigor,
subirán con alas como de águilas,
correrán sin fatigarse
y andarán sin cansarse.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchas veces en la vida perdemos la verdad de nosotros mismos: el orgullo ciega y no deja ver la situación de debilidad en la que todos vivimos. Pero seguimos dejándonos guiar por el orgullo. Refiriéndose a las naciones, el profeta anuncia: "Las naciones son como gota de un cazo, como escrúpulo de balanza son estimadas". Si esto ocurre con las naciones, ¿cuánto más con nosotros? La palabra profética nos invita a meditar la grandeza y la fuerza del Señor, a levantar los ojos de nosotros mismos para mirar las obras del amor de Dios que se manifiestan en la vida de cada uno y en el mundo entero. Esta mirada nos libera de la carrera hacia los ídolos que pensamos pueden darnos seguridad y consuelo. Y no debemos olvidar que el primer "ídolo" que todos estamos tentados de venerar es nuestro "yo". Hay quien habla de "egolatría": del culto al yo, sobre cuyo altar se sacrifica todo. El profeta, con un séquito apremiante de preguntas, despierta el sentido de Dios y de su grandeza. Sólo el Señor es grande y sólo él gobierna el mundo: "Él está sentado sobre el orbe terrestre... Él aniquila a los tiranos, y a los árbitros de la tierra los reduce a la nada. Apenas han sido plantados, apenas sembrados, apenas arraiga en tierra su esqueje, cuando sopla sobre ellos y se secan, y una ráfaga como tamo se los lleva". Quien se confía al Señor recibe ayuda y consuelo, vigor y fuerza. Todos, jóvenes y grandes, estamos exhortados a tener confianza sólo en Dios: "los que esperan en el Señor él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse". Él, el creador, es nuestro apoyo y nuestra ayuda. No desesperemos en el cansancio de la vida, confiémonos al Señor y recuperaremos la fuerza para caminar de inmediato hacia su presencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.