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Oración por la Paz
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Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por la paz.
Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 21 de enero

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por la paz.
Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 5,1-10

Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús -subraya la Carta- tiene todas las cualidades requeridas por la tradición bíblica para ser sumo sacerdote: por tanto, para estar ante Dios y "ofrecer dones y sacrificios por los pecados". El sumo sacerdote, siendo parte del pueblo, es consciente de su debilidad. Y esto le permite sentir compasión por todos y, por tanto, interceder por los pecados de todos además de los suyos. Pero con Jesús estamos en un plano diferente: él es el "gran sumo sacerdote" porque ha sido constituido como tal Por Dios mismo. No se ha atribuido él mismo "el honor de ser sumo Sacerdote", sino que le ha sido confiado por el que le dijo: "Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy". Y ha sido elegido por Dios como fue elegido Aarón. En efecto, Dios está en el origen de toda dimensión religiosa. Y en Jesús, Dios lleva a cumplimiento ese ministerio sacerdotal que solo comenzó con Aarón. Jesús ha ejercido el sacerdocio desde esta tierra, en "su vida mortal", ofreciendo "ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte". El autor subraya la gratuidad absoluta del amor de Jesús por nosotros: "aun siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia". La compasión es la razón del misterio de amor: ha venido entre nosotros para salvarnos. Como todo sacerdote, ha sido "tomado de entre los hombres y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados". Lo extraordinario de este misterio está en el hecho de que mientras cualquier otro sacerdote, tomado de entre los hombres, está marcado con el pecado, Jesús, que es inmune al pecado, es constituido como tal por Dios para que nosotros seamos liberados del pecado. Y esto por amor. Esta extraordinaria "piedad" de Jesús sigue abriéndonos el cielo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.