ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas, pentecostales y evangélicas). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 22 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas, pentecostales y evangélicas).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 6,10-20

Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos. Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia para la plena realización de la esperanza, de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas. Cuando Dios hizo la Promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo diciendo: ¡Sí!, te colmaré de bendiciones y te acrecentaré en gran manera. Y perseverando de esta manera, alcanzó la Promesa. Pues los hombres juran por uno superior y entre ellos el juramento es la garantía que pone fin a todo litigio. Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento, para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este pasaje el autor de la carta quiere exhortar a los cristianos a crecer en la comprensión del misterio de Cristo. A pesar de su pereza en escuchar, el autor les empuja a alimentarse de un alimento más sustancioso. No se detiene en "la enseñanza elemental acerca de Cristo", que identifica en "el arrepentimiento de las obras muertas". Pero se necesita una conciencia más profunda, más perfecta. El autor se dirige, por tanto, a los cristianos y, con la severidad del pastor, les pregunta cómo a pesar de haber gustado el don de Dios y saboreado la sabiduría de la Palabra, ahora corren el riesgo de echar todo por tierra. Le parece imposible que puedan volver a la vida pasada, la que precede a la conversión al Evangelio, esto significaría renegar de Cristo y crucificarlo una vez más. El autor quiere exhortarlos por el contrario a que no se detengan en el camino hacia la perfección y a que se pongan, por tanto, en una escucha continua de la Palabra de Dios. El discípulo nunca puede dejar de escuchar el Evangelio ni de esforzarse por cambiar su corazón. El autor desea que todos los creyentes, incluso los más perezosos, sean como esa tierra que recibe lluvia abundante que da frutos copiosos de santidad. Por el contrario, los que endurecen el corazón se convierten en una tierra maldita que solo producirá "espinas y abrojos". Para ellos no queda más que el fuego destructor de un tremendo juicio. Pero el autor -para reforzar la esperanza de los cristianos- menciona también las obras de la fe y del amor que ellos han realizado: "Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestras obras y del amor que habéis mostrado en su nombre"; y obviamente no dejará de ayudarles. El creyente tiene delante de sus ojos a Abrahán, que creyó en la promesa del Señor, hecha con un juramento solemne, y se convirtió en heredero, aunque después de una larga y perseverante espera. Jesús es mucho más que Abrahán: ha entrado "más allá de velo del santuario" convirtiéndose así para nosotros en sumo sacerdote "a la manera de Melquisedec".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.