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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de San Pier Damiani (( 1072). Fiel a su vocación monástica, amó a toda la Iglesia y dedicó su vida a reformarla. Recuerdo de los monjes de cualquier parte del mundo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 21 de febrero

Recuerdo de San Pier Damiani (( 1072). Fiel a su vocación monástica, amó a toda la Iglesia y dedicó su vida a reformarla. Recuerdo de los monjes de cualquier parte del mundo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 9,1-13

Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: "Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana. Quien vertiere sangre de hombre,
por otro hombre será su sangre vertida,
porque a imagen de Dios
hizo El al hombre. Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella." Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra." Dijo Dios: "Esta es la señal de la alianza que para las generaciones perpetuas pongo entre yo y vosotros y toda alma viviente que os acompaña: Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre yo y la tierra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje del Génesis concluye el relato del diluvio. Dios realiza tres acciones y deja un signo de su presencia en la creación: bendice, repudia la violencia, ratifica la alianza, y deja como signo el arco iris en el cielo. La bendición de Dios indica la voluntad del Señor de vivir en comunión con los hombres. Esa comunión es vida y fecundidad. Si el hombre la acoge vive, si no la acoge cae en la "maldición", que es precisamente rechazar la vida ofrecida por el Señor. Por eso la vida debe ser preservada y protegida a toda costa de la violencia que la quiere eliminar. Recordemos siempre cómo el diluvio es la consecuencia de una tierra "llena de violencia", como leemos en el capítulo sexto: "He decidido acabar con todo viviente, porque la tierra está llena de violencias por culpa de ellos" (6, 13). Así ha sucedido desde el principio, cuando Caín mató a Abel, comprometiendo toda la historia humana y la posibilidad de vivir juntos. La motivación profunda del rechazo de la violencia por parte de Dios recuerda el origen del ser humano: "a imagen de Dios ha sido creado el hombre". De aquí la nueva alianza que el Señor establece con Noé. Dios se compromete con todos los seres vivos mediante un pacto de amor: todos quedan bajo su protección, bajo las alas de su amor, que quiere la vida de todos. En el Primer Testamento el Señor renueva otras veces su alianza, porque los hombres y su propio pueblo a menudo la invalidan. En ella se expresa la fidelidad de Dios y la voluntad de ofrecernos su amistad. Y por último el signo de este pacto, lo que nosotros llamamos arco iris. En realidad el significado en hebreo habla de "arco sobre las nubes". El texto usa la misma palabra, "arco", símbolo de guerra: Dios transforma la historia de violencia en historia de paz. Éste es el signo de esta voluntad y de este sueño de Dios para la vida del mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.