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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

VI de Pascua
Recuerdo de san Felipe Neri (†1595), "apóstol de Roma".
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 26 de mayo

VI de Pascua
Recuerdo de san Felipe Neri (†1595), "apóstol de Roma".


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29

Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros.» Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión. Entonces decidieron los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, elegir de entre ellos algunos hombres y enviarles a Antioquía con Pablo y Bernabé; y estos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas, que eran dirigentes entre los hermanos. Por su medio les enviaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz: Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.»

Salmo responsorial

Salmo 66 (67)

¡Dios nos tenga piedad y nos bendiga,
su rostro haga brillar sobre nosotros! Pausa.

Para que se conozcan en la tierra tus caminos,
tu salvación entre todas las naciones.

¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos,
todos los pueblos te den gracias!

Alégrense y exulten las gentes,
pues tú juzgas al mundo con justicia,
con equidad juzgas a los pueblos,
y a las gentes en la tierra gobiernas. Pausa.

¡Te den, oh Dios, gracias los pueblos,
todos los pueblos te den gracias!

La tierra ha dado su cosecha:
Dios, nuestro Dios, nos bendice.

¡Dios nos bendiga, y teman ante él
todos los confines de la tierra!

Segunda Lectura

Apocalipsis 21,10-14.22-23

Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, y tenía la gloria de Dios. Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce Ángeles y nombres grabados, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al occidente tres puertas. La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero. Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,23-29

Jesús le respondió: «Si alguno me ama,
guardará mi Palabra,
y mi Padre le amará,
y vendremos a él,
y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras.
Y la palabra que escucháis no es mía,
sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas
estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo
y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz,
mi paz os doy;
no os la doy como la da el mundo.
No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho:
"Me voy y volveré a vosotros."
Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre,
porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda creáis.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Mientras nos acercamos a la celebración de Pentecostés la Liturgia nos lleva de nuevo a la Última Cena proponiendo un pasaje de los grandes discursos que Jesús hizo a los suyos. Los versículos 23-29 del capítulo 14 del Evangelio de Juan forman parte de las primeras conversaciones de Jesús cuando él refuerza la fe y el amor de aquella pequeña comunidad, con la promesa del Espíritu. El primer punto que aborda Jesús es el de la relación de amor de los discípulos por el Señor. La afirmación de Jesús es clara: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (v. 23). Jesús pone en estrecha relación el amor por él y la observancia de su Palabra. Para encontrar a Dios no necesitamos ni milagros, ni apariciones ni revelaciones nuevas. Quien escucha y pone en práctica el Evangelio ama al Señor. Jesús añade: "Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado" (v. 24). El Evangelio es la Palabra de Dios y esto nos es suficiente. Alguien podría objetar que ya hace dos mil años que se escucha el Evangelio y que poco o nada ha cambiado; y que son necesarias palabras nuevas, una organización adecuada, etc. El padre Mien, párroco ruso ortodoxo asesinado a inicios de los años ochenta en Zagorsk, decía con sabiduría: "No creáis que el Evangelio lo ha dicho ya todo, porque en realidad apenas estamos empezando a comprenderlo". Apenas estamos empezando a comprender realmente el Evangelio y la comprensión que vamos teniendo requiere una adhesión apasionada y una participación total. No necesitamos más palabras: debemos, y con urgencia, profundizar y amar la única Palabra que el Señor nos ha donado. Es lo que Jesús dijo a sus discípulos de entonces y nos repite hoy a nosotros: "Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (v. 25-26). Jesús había entendido que los discípulos eran olvidadizos y propensos a la incomprensión; y nosotros no somos distintos de ellos. Por eso añadió que enviaría al Espíritu Santo como maestro interior de los discípulos y de todo creyente. Será tarea suya "enseñar" y "recordar" las palabras que dijo Jesús. "Recordar" el Evangelio con la ayuda del Espíritu Santo significa amar aquella palabra santa como la más querida, la más buscada, la más repetida para ponerla en práctica de todos los modos posibles.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.