ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (†605 aprox.), obispo, padre de la Iglesia inglesa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 27 de mayo

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (†605 aprox.), obispo, padre de la Iglesia inglesa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 16,11-15

Nos embarcamos en Tróada y fuimos derechos a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis; de allí pasamos a Filipos, que es una de las principales ciudades de la demarcación de Macedonia, y colonia. En esta ciudad nos detuvimos algunos días. El sábado salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde suponíamos que habría un sitio para orar. Nos sentamos y empezamos a hablar a las mujeres que habían concurrido. Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo. Cuando ella y los de su casa recibieron el bautismo, suplicó: «Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid y quedaos en mi casa.» Y nos obligó a ir.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol Pablo había entrado en Europa, empujado por el "Espíritu de Jesús". Podríamos decir que Europa esperaba la predicación del Evangelio, como mostraba el grito del macedonio. En Roma ya había seguidores de Jesús, probablemente de origen judío, como recuerdan los propios Hechos de los Apóstoles el día de Pentecostés. Pero el viaje de Pablo tiene un valor simbólico por su proyección misionera. Filipos es la primera etapa de este itinerario de la predicación de la Palabra de Dios a Roma por obra de Pablo. Esta ciudad, cuyo nombre procedía del padre de Alejandro Magno, era una colonia romana; y quizá precisamente por esto, Pablo pensó hacer allí su primera etapa. El texto, en este punto, prosigue con el "nosotros" sugiriendo que Lucas se une a la misión del apóstol y de Silas. Pablo es acogido en Filipos por un grupo de mujeres, guiadas por Lidia, una comerciante de tejidos, temerosa de Dios. Esta, tras
haber escuchado a Pablo, se convierte y pide que la bauticen. Es una sola persona, pero Lucas se detiene para destacar este episodio. En efecto, la predicación del Evangelio no va unida al número de los seguidores. El Evangelio se propone cambiar el corazón de todas las personas. La fraternidad cristiana nace del cambio de los individuos. La predicación apostólica actúa cambiando el corazón de las personas y uniendo a los unos con los otros mediante un vínculo fraterno. La insistencia de Lidia para hospedar a Pablo y a sus compañeros es fruto de la conversión al Evangelio. Uno no se convierte a Jesús por uno mismo ni por la propia realización personal. La conversión hace salir de uno mismo e implica la unión con los otros hermanos y las otras hermanas para formar juntos aquel pueblo único de Dios al que el Señor confía la tarea de predicar su amor tan grande con las palabras y con el ejemplo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.