ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 27 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 16,1-12.15-16

Saray, mujer de Abram, no le daba hijos. Pero tenía una esclava egipcia, que se llamaba Agar, y dijo Saray a Abram: "Mira, Yahveh me ha hecho estéril. Llégate, pues, te ruego, a mi esclava. Quizá podré tener hijos de ella." Y escuchó Abram la voz de Saray. Así, al cabo de diez años de habitar Abram en Canaán, tomó Saray, la mujer de Abram, a su esclava Agar la egipcia, y diósela por mujer a su marido Abram. Llegóse, pues, él a Agar, la cual concibió. Pero luego, al verse ella encinta, miraba a su señora con desprecio. Dijo entonces Saray a Abram: "Mi agravio recaiga sobre ti. Yo puse mi esclava en tu seno, pero al verse ella encinta me mira con desprecio. Juzgue Yahveh entre nosotros dos." Respondió Abram a Saray: "Ahí tienes a tu esclava en tus manos. Haz con ella como mejor te parezca." Saray dio en maltratarla y ella huyó de su presencia. La encontró el Ángel de Yahveh junto a una fuente de agua en el desierto - la fuente que hay en el camino de Sur - y dijo: "Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas?" Contestó ella: "Voy huyendo de la presencia de mi señora Saray." Vuelve a tu señora, le dijo el Ángel de Yahveh, y sométete a ella. Y dijo el Ángel de Yahveh: "Multiplicaré de tal modo tu descendencia, que por su gran multitud no podrá contarse." Y díjole el Ángel de Yahveh: Mira que has concebido, y darás a luz un hijo,
al que llamarás Ismael,
porque Yahveh ha oído tu aflicción. Será un onagro humano.
Su mano contra todos, y la mano de todos contra él;
y enfrente de todos sus hermanos plantará su tienda." Agar dio a luz un hijo a Abram, y Abram llamó al hijo que Agar le había dado Ismael. Tenía Abram 86 años cuando Agar le dio su hijo Ismael.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Biblia no esconde las dificultades y los problemas de la vida. Pero Dios nunca abandona, su mirada va más allá de nuestros límites, los límites de siempre que ya conocemos. Encontramos así una historia que contrapone a dos mujeres, Saray y Agar, que de algún modo luchan por la promesa y la bendición que Dios hizo a Abrahán. Dios no retira su protección a ninguna de las dos, y aún menos la niega a quien es débil. Y aquí lo vemos que interviene directamente ayudando a Saray y bendiciendo a Abar y a su descendencia. Agar, humillada por Saray, se siente desesperada y huye. Pero al confiar puede abrirse a la visión de Dios y experimentar su compasión. Dios envía a su ángel a consolarla y a darle esperanza nuevamente. El Señor nunca abandona a alguien que se dirige a él. Canta el salmista: "Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá" (Sal 27,10). Agar da a luz a su hijo y por indicación del ángel le pone el nombre de Ismael, que significa "el Señor ha oído tu lamento". La tradición islámica ve en la historia del nacimiento de Ismael al hijo de la promesa. La violenta tensión que parece manifestarse ante el mundo islámico hoy día no debe hacer olvidar las raíces comunes de Abrahán.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.