ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 20 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jueces 6,11-24a

Vino el Ángel de Yahveh y se sentó bajo el terebinto de Ofrá, que pertenecía a Joás de Abiézer. Su hijo Gedeón majaba trigo en el lagar para ocultárselo a Madián, cuando el Ángel de Yahveh se le apareció y le dijo: "Yahveh contigo, valiente guerrero." Contestó Gedeón: "Perdón, señor mío. Si Yahveh está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando dicen: "¿No nos hizo subir Yahveh de Egipto?" Pero ahora Yahveh nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián..." Entonces Yahveh se volvió hacia él y dijo: "Vete con esa fuerza que tienes y salvarás a Israel de la mano de Madián. ¿No soy yo el que te envía?" Le respondió Gedeón: "Perdón, señor mío, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre." Yahveh le respondió: "Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como si fuera un hombre solo." Gedeón le dijo: "Si he hallado gracia a tus ojos dame una señal de que eres tú el que me hablas. No te marches de aquí, por favor, hasta que vuelva donde ti. Te traeré mi ofrenda y la pondré delante de ti". El respondió: "Me quedaré hasta que vuelvas." Gedeón se fue, preparó un cabrito y con una medida de harina hizo unas tortas ázimas; puso la carne en un canastillo y el caldo en una olla, y lo llevó bajo el terebinto. Cuando se acercaba, le dijo el Ángel de Yahveh: "Toma la carne y las tortas ázimas, ponlas sobre esa roca y vierte el caldo." Gedeón lo hizo así. Entonces el Ángel de Yahveh extendió la punta del bastón que tenía en la mano y tocó la carne y las tortas ázimas. Salió fuego de la roca, consumió la carne y las tortas ázimas, y el Ángel de Yahveh desapareció de su vista. Entonces Gedeón se dio cuenta de que era el Ángel de Yahveh y dijo: "¡Ay, mi señor Yahveh! ¡Pues he visto al Ángel de Yahveh cara a cara!" Yahveh le respondió: "La paz sea contigo. No temas, no morirás." Gedeón levantó en aquel lugar un altar a Yahveh y lo llamó Yahveh-Paz. Todavía hoy está en Ofrá de Abiezer.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras la historia de Débora, profeta y juez, se narra inmediatamente el ciclo de Gedeón, que ocupa tres capítulos del libro. La historia se abre con la constatación de la esclavitud de los madianitas, que obligan al pueblo a trabajar para ellos. Al finalizar el trabajo, los madianitas requisan toda la cosecha. Gedeón, sin embargo, intenta engañarles guardándose la cosecha. Mientras tanto Israel no dejaba de rogar al Señor que lo liberara una vez más de la esclavitud. El Señor ve el sufrimiento de su pueblo, escucha su oración y decide intervenir. Por eso se presenta a Gedeón mientras está llevando a cabo su trabajo. Se presenta bajo el semblante de un ángel que habla directamente a Gedeón, como en el pasado pasó con Abrahán y Moisés. El Señor se revela siempre como palabra. "El Señor contigo." Gedeón contesta utilizando el plural: "Perdón, señor mío. Si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ocurre todo esto?". Comprende que la llamada nunca es individual, sino que es para todo el pueblo que él en aquel momento representa. No está preocupado por sí mismo, por su futuro individual, sino por todo el pueblo de Israel. El Señor responde eligiendo al mismo Gedeón y enviándolo para que derrote al mal del que se lamenta: "Vete, que con esa fuerza que tienes salvarás a Israel de la mano de los madianitas". Gedeón tiene miedo de esa respuesta. ¿Cómo puede él, el menor de una de las familias más pobres, luchar contra un enemigo tan poderoso como los madianitas? Pero no hay nada imposible para Dios. El Señor tiene criterios distintos de los criterios humanos: él elige lo que el mundo desprecia. Es una especie de ley que atraviesa toda la Sagrada Escritura. La fuerza de Gedeón está en el mismo Señor: "Yo estaré contigo y derrotarás a Madián". Gedeón empieza a admitir estas palabras. Pero quiere continuar el diálogo con Dios para estar seguro de que es Él quien le habla. Podríamos decir que quiere "ver" a Dios con sus propios ojos. Y lo "ve" en el contexto de la hospitalidad. Gedeón, como en un gesto litúrgico, le ofrece al invitado comida, pero es el mismo invitado, el que lo toca y lo hace santo. Entonces el ángel del Señor desapareció de su vista. Parece una anticipación del encuentro de Emaús. Desde los primeros pasos de la historia de la salvación, la hospitalidad y la acogida se presentan como el lugar para encontrarse con Dios. Jesús mismo dirá: "tuve hambre... era forastero y me acogisteis" (Mt 25,31-46). Y la carta a los Hebreos recuerda: "No olvidéis la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles" (13,2).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.