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Memoria de los apóstoles
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Memoria de los apóstoles

Festividad del apóstol Bartolomé de Caná de Galilea. Su cuerpo se custodia en Roma, en la iglesia de San Bartolomé de la isla Tiberina, convertida en lugar de memoria de los "Nuevos mártires". Recuerdo de Jerry Essan Masslo, sudafricano refugiado en Italia y acogido por la Comunidad de Sant'Egidio. Fue asesinado por delincuentes en 1989. Con él recordamos a todos los refugiados. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles
Sábado 24 de agosto

Festividad del apóstol Bartolomé de Caná de Galilea. Su cuerpo se custodia en Roma, en la iglesia de San Bartolomé de la isla Tiberina, convertida en lugar de memoria de los "Nuevos mártires". Recuerdo de Jerry Essan Masslo, sudafricano refugiado en Italia y acogido por la Comunidad de Sant'Egidio. Fue asesinado por delincuentes en 1989. Con él recordamos a todos los refugiados.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 1,45-51

Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.» Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy celebramos la fiesta del apóstol Bartolomé, cuyos restos se custodian en Roma, en la iglesia de la Isla Tiberina de Roma dedicada al apóstol, confiada a la Comunidad de Sant'Egidio y que desde hace unos años es el Memorial de los Nuevos Mártires de los siglos XX y XXI. En aquel lugar se preserva el recuerdo del apóstol junto al recuerdo de muchos testimonios de la fe que en todo el mundo siguen dando su vida por el Evangelio. Según la tradición Bartolomé llevó el Evangelio a Armenia cruzando las tierras de Siria y del actual Iraq, que hoy todavía ven el sufrimiento de muchos cristianos perseguidos a causa de su fe. Comprendemos entonces las palabras que Jesús dijo a Bartolomé (que la tradición identifica con el Natanael de este primer capítulo de Juan): "Has de ver cosas mayores". Siempre hay un amor mayor que el Señor nos enseña y nos muestra, ofreciendo él primero su propia vida; y nosotros somos testigos de ese amor. Es un testimonio que se comunica de corazón a corazón. Felipe notifica a Natanael que ha encontrado a "aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: es Jesús, el hijo de José, de Nazaret". Natanael planteó un prejuicio bastante duro: "¿De Nazaret puede haber cosa buena?". Es un prejuicio natural contra todo lo que viene de fuera, que no habla de mí, que no pone mi "yo" al centro de todo. De hecho, también nosotros muchas veces vivimos de prejuicios, preferimos mantenernos aferrados a la visión que tenemos de la vida, a lo que conocemos, y nos cuesta abrirnos a la visión y al diseño más grandes de Dios. Cuando Jesús ve que se acerca Natanael exclama: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño". Natanael-Bartolomé siente que le tocan el corazón, se siente amado y comprendido por estas palabras y reconoce a Jesús como el Señor de la vida y de la historia. Esta confesión lo llevará a seguirlo durante toda su vida. Cuando escuchamos la Palabra y nos abandonamos a ella, nos convertimos en testimonios de una vida más grande y parte de aquella visión de un cielo abierto sobre la tierra del que bajan y suben los ángeles para acompañar a los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.