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Oración por la Paz
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Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 16 de septiembre

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Timoteo 2,1-8

Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio - digo la verdad, no miento - yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol recomienda a Timoteo "ante todo" la oración; es la primera obra del creyente. Y lo es especialmente la oración en común. Las cuatro formas de oración que se citan -"plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracia"- muestran la riqueza con la que se manifiesta la invocación de la comunidad. La oración cristiana no tiene límites y se extiende a todos los hombres. Los cristianos también expresan la universalidad del Evangelio en la oración. Así como son llamados a acoger a todos los hombres, sin fronteras ni limitaciones de cultura, etnia o parentela, también su oración por el mundo entero sube a Dios. Se podría decir que la oración se caracteriza por la geografía de los amigos, de las súplicas, de las angustias, de los problemas, de las alabanzas y de las acciones de gracias del mundo. La oración remite a un amor que va más allá de los límites temporales, espaciales e individuales; no olvida a nadie, y aún menos excluye a nadie. Del mismo modo que Dios abraza a todos los hombres, y "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45), también la comunidad cristiana reza por todos. Para la comunidad, rezar por toda la familia humana, para que la vida de todos sea "tranquila y apacible", es un verdadero ministerio. Pablo deja entrever así este ministerio de la intercesión por el mundo y por la paz. Es una tarea que ha sido confiada a la Iglesia independientemente de las convicciones y de los comportamientos de las autoridades civiles. Y el apóstol -no por casualidad- destaca que la oración por todos los hombres, incluidos los gobernantes, es "agradable a Dios", porque es el "Salvador" de todos. Y la oración hecha en nombre de Jesús, único mediador y salvador, es eficaz. Esta unión con Jesús hace que la oración de la Iglesia sea realmente "católica". Pablo confía este ministerio a Timoteo y a los discípulos de todos los tiempos. La oración se convierte así en el lazo de fraternidad y de amor entre las comunidades cristianas difundidas por toda la tierra y su primer ministerio por la salvación de todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.