ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 18 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Timoteo 3,14-16

Te escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto donde ti; pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. Y sin duda alguna, grande es el Misterio de la piedad: El ha sido manifestado en la carne,
justificado en el Espíritu,
visto de los Ángeles,
proclamado a los gentiles,
creído en el mundo,
levantado a la gloria.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo quiere ir "pronto" a Éfeso para reunirse con Timoteo, pero sabe que su viaje puede esperar. Mientras tanto quiere enviarle indicaciones concretas para la organización de la Iglesia, la oración común (2,1-15) y la elección de los ministros sagrados (3,1-13). El apóstol nunca deja de pensar en el cuidado de las comunidades, es algo que tiene siempre en mente, aunque esté físicamente lejos de ellas. Escribiendo a Timoteo, Pablo piensa también en las numerosas comunidades de Asia Menor; se preocupa de que sean firmes y de que no corran peligro de quedar absorbidas por el mundo. Por eso escribe que la Iglesia es "columna y fundamento de la verdad", porque Dios la ha puesto en este mundo como una base sobre la que se apoya de manera visible para todos los hombres la revelación de Dios. El centro de esta verdad revelada es el "misterio de la piedad", es decir, la persona misma de Jesucristo, el misericordioso, el manso y humilde de corazón. Pablo, en seis breves versículos, canta este misterio de piedad, que tal vez es un himno que se cantaba en la liturgia de la Iglesia de aquel tiempo. El misterio de Cristo se representa a través de tres parejas de opuestos. La primera, "carne y Espíritu", presenta la naturaleza humana y al mismo tiempo divina de Cristo; a la "manifestación" de Jesús en la "carne" se opone la "justificación en el Espíritu", es decir, su resurrección que derrotó la muerte; por obra del "Espíritu", el Padre proclama ante todos que Jesús, ajusticiado en la cruz como un malhechor, es "el Santo y el Justo" (Hch 3,14). La segunda pareja, "aparecido a los ángeles" y "proclamado a los gentiles", hace referencia al triunfo de Cristo elevado al cielo y dominador de la historia, y que, por tanto, no se puede circunscribir a un periodo histórico o a un pueblo. Por eso su Evangelio se comunica también a "los gentiles". Con la tercera pareja de opuestos, "creído en el mundo" y "levantado a la gloria", Pablo canta la victoria del Cristo elevado y glorificado a la derecha del Padre; y afirma que "sin duda alguna, grande es el misterio de la piedad" que Jesús pone en las manos de la Iglesia y de cada creyente. La Iglesia debe vivir y manifestar este misterio de piedad en todas las épocas. El mundo y todos los hombres lo necesitan.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.