ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esdras 1,1-6

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías, movió Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él. Suba a Jerusalén, en Judá, a edificar la Casa de Yahveh, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. A todo el resto del pueblo, donde residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcionándoles plata, oro, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para la Casa de Dios que está en Jerusalén." Entonces los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se pusieron en marcha para subir a edificar la Casa de Yahveh en Jerusalén; y todos sus vecinos les proporcionaron toda clase de ayuda: plata, oro, hacienda, ganado, objetos preciosos en cantidad, además de toda clase de ofrendas voluntarias.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La palabra del Señor no se pronuncia en vano. Así lo afirma el inicio del libro de Esdras, en el que vemos que se cumple la palabra profética incluso a través de la obra de un rey extranjero, Ciro. En manos de Dios se convierte en el instrumento para liberar a su pueblo del exilio y que pueda volver a Jerusalén y reconstruir el templo. Este rey de los persas había conquistado Babilonia sometiendo al antiguo imperio, que era el responsable de la destrucción de Jerusalén y del templo, además de la deportación. Isaías ya había visto en él al enviado de Dios: "Esto dice el Señor a su Ungido Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter a él a las naciones..." (Is 45,1). Por eso es presentado como el ungido, el mesías de Dios. El Señor no limita su acción a Israel, sino que la extiende a todos los pueblos. Su palabra realiza prodigios a través de quien él quiera. Para los contemporáneos del profeta -y también para los lectores del libro de Esdras- debía ser sorprendente ver que el enviado del Dios de Israel era un rey extranjero. El principal propósito que estaba llamado a realizar era reconstruir el templo de Jerusalén. El templo y la Torá, la enseñanza divina, eran el corazón del Israel postexilio. El templo era el lugar para estar con el Señor, para dirigirse a él en la oración y para ofrecer sacrificios. Israel, como nos ocurre también a nosotros, necesitaba un lugar concreto para poder estar con el Señor. En la casa de Dios cada uno personalmente y junto a la comunidad de hermanos puede dirigirse al Señor, invocar su misericordia y obtener su perdón. Aquella comunidad exiliada tenía una preocupación común por el templo. Cada uno ofrece objetos valiosos, porque la presencia de Dios es lo más valioso que un hombre puede tener. Por eso toda la primera parte del libro estará dedicada al trabajo de reconstrucción.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.