ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 24 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esdras 6,7-8.12-20

dejad trabajar en esta Casa de Dios al sátrapa de Judá y a los ancianos de los judíos, y que reconstruyan esa Casa de Dios en su emplazamiento. Estas son mis órdenes acerca de vuestro proceder con los ancianos de los judíos para la reconstrucción de esa Casa de Dios: de los fondos reales de los impuestos de Transeufratina, se les pagarán a esos hombres los gastos exactamente y sin interrupción. Y el Dios que ha puesto allí la morada de su Nombre, aplaste a todo aquel rey o pueblo que trate de transgredir esto, destruyendo esa Casa de Dios en Jerusalén. Yo, Darío, he promulgado este decreto. Sea ejecutado exactamente." Entonces Tattenay, sátrapa de Transeufratina, Setar Boznay y sus colegas ejecutaron exactamente las instrucciones mandadas par el rey Darío. Así, los ancianos de los judíos continuaron reconstruyendo con éxito, según la profecía de Ageo el profeta, y de Zacarías, hijo de Iddó. Llevaron a término la construcción según la orden del Dios de Israel y la orden de Ciro y de Darío. Esta Casa fue terminada el día veintitrés del mes de Adar, el año sexto del reinado del rey Darío. Los israelitas - los sacerdotes, los levitas y el resto de los deportados - celebraron con júbilo la dedicación de esta Casa de Dios; ofrecieron para la dedicación de esta Casa de Dios cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y, como sacrificio por el pecado de todo Israel, doce machos cabríos, conforme al número de las tribus de Israel. Luego establecieron a los sacerdotes según sus categorías, y a los levitas según sus clases, para el servicio de la Casa de Dios en Jerusalén, según está escrito en el libro de Moisés. Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del primer mes; ya que los levitas se habían purificado como un solo hombre, todos estaban puros; inmolaron, pues, la pascua para todos los deportados, para sus hermanos los sacerdotes y para sí mismos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Llegamos finalmente al momento de la reconstrucción. La narración es exagerada. Al autor no le interesa definir con precisión histórica los acontecimientos, cuyos detalles parecen incluso contradictorios o anacrónicos. Su intención es demostrar que con la finalización de las obras del templo se llega al cumplimiento de una larga historia que había empezado con la opresión del rey de Asiria y que había llevado a la destrucción del templo. Ahora todo ha terminado. La promesa que el Señor le hizo a David se ha cumplido. Dios no olvida su Palabra. Esta se cumple a pesar del pecado de los miembros del pueblo de Israel y los acontecimientos adversos de la historia que parecen frenar el plan del Señor. Así, no solo se puede celebrar nuevamente el templo, corazón de la presencia de Dios en medio a su pueblo, sino también las fiestas. La alegría y la unidad del pueblo alrededor del Señor son las características de este momento de fiesta: "Los israelitas -los sacerdotes, los levitas y el resto de los deportados- celebraron con júbilo la dedicación de este templo de Dios". Es una alegría que continúa. Se repite "durante siete días", es decir, siempre: "Celebraron con júbilo, durante siete días, la fiesta de los Ázimos, porque el Señor les había llenado de gozo...". No se puede estar ante el Señor con la tristeza de aquel que no conoce su protección. Vivir en el lugar donde se manifiesta la presencia de Dios significa ser libre del peso de la tristeza y de la soledad, hijas del amor por uno mismo. Esta alegría se manifiesta especialmente en las fiestas de la Pascua y de los Ázimos, que luego unificó la tradición judía. En ellas se recordaba la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y se reforzaba la fe en el Señor como Dios que libra de toda esclavitud. Cada vez que se recuerda la liberación significa volver con alegría a servir al Señor y a dejarse guiar nuevamente por Él y por su Ley. La fiesta del templo reconstruido solo podía empezar de ese modo: alabando al Señor y, mientras se recuerda la libertad obtenida, reuniéndose como pueblo unido por la presencia de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.