ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sabiduría 6,1-11

Oíd, pues, reyes, y enteded. Aprended, jueces de los confines de la tierra. Estad atentos los que gobernáis multitudes
y estáis orgullosos de la muchedumbre de vuestros
pueblos. Porque del Señor habéis recibido el poder,
del Altísimo, la soberanía;
él examinará vuestras obras y sondeará vuestras
intenciones. Si, como ministros que sois de su reino, no habéis juzgado rectamente,
ni observado la ley,
ni caminado siguiendo la voluntad de Dios, terrible y repentino se presentará ante vosotros. Porque un juicio implacable espera a los que están en lo
alto; al pequeño, por piedad, se le perdona,
pero los poderosos serán poderosamente examinados. Que el Señor de todos ante nadie retrocede,
no hay grandeza que se le imponga;
al pequeño como al grande él mismo los hizo
y de todos tiene igual cuidado, pero una investigación severa aguarda a los que están en el poder. A vosotros, pues, soberanos, se dirigen mis palabras
para que aprendaís sabiduría y no faltéis; porque los que guarden santamente las cosas santas, serán reconocidos santos,
y los que se dejen instruir en ellas, encontrarán
defensa. Desead, pues, mis palabras;
ansiadlas, que ellas os instruirán.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La vida del justo, coronado con la diadema real, es un modelo a imitar sobre todo para los que tienen responsabilidades de gobierno. La invitación divina que reciben es muy insistente. Se les pide lo que el Señor quiere de todos, es decir, que busquen la sabiduría y la Palabra de Dios: "Ansiad mis palabras: anheladlas y recibiréis instrucción" (v. 11). La Palabra de Dios instruye, enseña el camino del bien y de la justicia. Por eso todo el mundo, incluidos los fuertes y los reyes, están llamados a buscarla y a desearla. La Palabra de Dios es para todos, también para los gobernantes. Da un modo sabio de interpretar la historia, ayuda a escrutar los signos de los tiempos y a tener visiones más allá de los reducidos horizontes habituales. La Biblia, cuando atribuye el origen del poder humano a Dios, no quiere establecer una teocracia, sino más bien recordar que nadie ostenta absolutamente el poder. Todo el mundo está sometido a Dios. De Él reciben todos la vida y la fuerza. Los totalitarismos son, en el fondo, una idolatría. Por eso gobernar es una responsabilidad y aún más, un servicio. Quien gobierna debe aprender del Señor, que "hizo a pequeños y grandes y de todos cuida por igual" (v. 7). Existe un principio de igualdad que la Sabiduría afirma cuando todavía no se había afianzado la idea de igualdad entre seres humanos, salvo en alguna excepción del mundo helénico. La igualdad entre todos, que implica como consecuencia un amor por todas las criaturas, se basa en la creación, cuando Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. El origen divino es la raíz de la igualdad entre todos. Esa base teológica nos pide a todos, y especialmente a quienes tienen responsabilidades de gobierno, que mantengamos y defendamos la dignidad de todo hombre desde su concepción hasta su muerte natural.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.