ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 16 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sabiduría 18,14-16; 19,6-9

Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía
y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero,
saltó del cielo, desde el trono real,
en medio de una tierra condenada al exterminio. Empuñando como afilada espada tu decreto irrevocable, se detuvo y sembró la muerte por doquier;
y tocaba el cielo mientras pisaba la tierra. Pues para preservar a tus hijos de todo daño,
la creación entera, obediente a tus órdenes,
se rehízo de nuevo en su propia naturaleza. Se vio una nube proteger con su sombra el campamento,
emerger del agua que la cubría una tierra enjuta,
del mar Rojo un camino expedito,
una verde llanura del oleaje impetuoso, por donde, formando un solo pueblo,
pasaron los que tu mano protegía
mientras contemplaban tan admirables prodigios. Como caballos se apacentaban,
y retozaban como corderos
alabándote a ti, Señor que los habías liberado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor ha celebrado los prodigios de Dios en favor de su pueblo, para liberarlo de la esclavitud de Egipto. Al final del libro retoma el momento final de la salida de Egipto, el paso del mar, aunque se mezclan otros aspectos de aquel largo recorrido a través del desierto para llegar a la tierra prometida, como el episodio del maná (v. 11). Todo se describe como una transformación de la creación, que pone de manifiesto el poder de Dios que viene a salvar a su pueblo. No hay nada imposible para Dios. Los elementos cambian ante Él, que es el Señor del universo. Las palabras de la Sabiduría nos sugieren con insistencia que confiemos nuestra vida al Señor: él nos ayudará a encontrar la sabiduría que nos permitirá comprender el camino del bien y de alegrarnos porque está entre nosotros. Ante los cambios profundos que han hecho aún más compleja e incierta la vida del mundo, la Sabiduría nos muestra la presencia de Dios como fuente de esperanza. Él no permitirá que sus hijos queden aplastados por las fuerzas del mal que a veces parece que prevalecen, ni tampoco permitirá que los que viven en la justicia y en el amor sean derrotados. El paso del mar es el cumplimiento de la Pascua, es el paso por las aguas del bautismo que creó en nosotros una criatura nueva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.