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La soledad hace enloquecer


 
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La soledad hace enloquecer

La soledad, condición común a todas las personas sin domicilio fijo, se asume como una realidad que hay que sufrir y a la que no todos se acostumbran.

Esto no quiere decir que los que tienen parientes cercanos deseen recuperar la relación con ellos: este es un aspecto muy delicado al que no se puede responder mecánicamente: a veces son más dolorosos los intentos de reconciliación fracasados que los recuerdos y las nostalgias con los que al final uno se acostumbra a convivir.

¿Cómo viven las personas sin techo la experiencia de la calle? ¿Qué consecuencias tiene el hecho de vivir sin raíces, al día, arreglándoselas con poco? 

Algunos tienen problemas psíquicos. Nos podemos preguntar si en cierta manera la calle es fuente de problemas psíquicos o si a ella se ven empujadas precisamente las personas que ya viven en el límite de la normalidad. En cualquier caso, la presencia en la calle de personas con problemas psíquicos es, sin lugar a dudas, expresión del malestar generalizado de la vida en las grandes ciudades, que las estructuras y los servicios sanitarios no siempre son capaces de afrontar. 

Es cierto que la condición de los sin-techo se encuadra muchas veces en situaciones humanas ya frágiles. La incertidumbre del futuro, la soledad y el aislamiento, la vergüenza, las difíciles condiciones de vida, son pruebas que muchos no resisten. Algunas formas de psicosis u obsesiones que se observan en las personas sin casa son fruto precisamente de la vida que llevan. Más allá del recorrido de la enfermedad y de su motivación, las formas en que se manifiesta muestran, en efecto, características comunes.

¡Cuánto enemigos!

La vida en la calle es una lucha cotidiana por la supervivencia. En esta lucha hace falta aprender a defenderse. Los enemigos son muchos: golfos y gamberros de paso, las otras personas sin casa, la policía, el personal de limpieza de la estación, pero también el frío, la lluvia, la enfermedad, los días de fiesta en los que todo está cerrado: hace falta encontrar las armas necesarias para defenderse y estar siempre alerta: un error, una ingenuidad se pagan duramente.

En la mente de algunos la dificultad de defenderse, el miedo, aumentan los enemigos reales que invaden los pensamientos hasta el punto de que estos adversarios se materializan en cualquier sitio y en cualquier persona: algunos ven tras cada rincón un peligro y en cada transeúnte un posible agresor. Alrededor de ellos se levanta un muro que les hace inasequibles. A veces esquivos, incapaces de responder a cualquier pregunta o de aceptar ayuda, otras veces agresivos. Es una prisión de la que es difícil salir.

¿Manías de persecución o peligros reales? En cualquier caso, y es lo que más cuenta, la "manía" es de todos modos un problema concreto, tangible, que causa sufrimiento y que obliga a hacer elecciones.

Hay quién por ejemplo no acepta comida de otros ni frecuenta comedores para los pobres por miedo a ser envenenado, o quién sólo se sienta con los hombros contra la pared por miedo a ser atacado, o quién se cierra en un mutismo obstinado por miedo a tener que discutir. Excesos de defensa pero no locuras irrazonables: la exasperación y el terror de revivir experiencias negativas o dolorosas explican estas actitudes.

Sin hablar nunca

No es raro encontrar a mujeres y hombres que hablan solos; a veces con un interlocutor imaginario que para ellos está realmente presente. Pensemos en qué quiere decir transcurrir días enteros sin hablar con nadie: hace falta inventarlo. Con este "él" imaginario, en efecto, por fin es posible discutir de cosas que parecen no interesar a nadie o bien desahogarse de tantos daños sufridos.

Si uno se para a hablar con ellos descubre que lo que necesitan es precisamente un interlocutor verdadero: alguien que pregunte, que conteste, que tenga una voz verdadera; entonces emerge un gran deseo de expresarse no siempre igual a la capacidad de hacerse entender, de unir recuerdos y situaciones de manera consecuente: pero si uno está atento y escucha e intenta entrar en diálogo, discursos aparentemente insensatos adquieren "milagrosamente" una lógica.

A veces parece que las historias no tengan una colocación temporal o mejor dicho, parece que el tiempo se haya parado en un momento de su vida. Para otros, en cambio, hablar se convierte, por falta de costumbre, en una fatiga o en cualquier caso en una experiencia tan fuerte que sólo consiguen decir algunas pocas palabras.

Gritar para ser escuchados

Algunos sólo saben hablar gritando: no siempre gritan contra alguien; a veces sólo se trata de un tono de voz más alto de lo normal o un modo de expresarse inicialmente agresivo: es a la vez el deseo de atraer la atención y una forma de defensa contra un mundo hostil. Todo esto hace crecer su aislamiento como un círculo vicioso. Pero a menudo detrás de aquellos gritos se esconden personas asustadas, víctimas del miedo de los demás, del mundo, de la soledad. En muchos casos pararse a hablar con ellos ayuda a descubrir una capacidad de entrar en diálogo que parecía imposible: cesan los gritos o bien el tono de voz se vuelve normal.

Muchas cosas le faltan a quien vive en la calle en el terreno de las relaciones sociales, lo que tiene consecuencias: la misma estabilidad humana, en efecto, está conectada íntimamente a la estabilidad del afecto, de un techo, de costumbres y puntos de referencia. La ausencia de todas estas cosas, que es la condición normal de quien vive en la calle, engendra actitudes "extrañas". Cualquier extravagancia tiene a menudo una historia llena de sufrimiento.

MEDIAGALLERY

Amigos en la calle


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