ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 1,1-11

Palabras de Nehemías, hijo de Jakalías. En el mes de Kisléu, el año veinte del rey Artajerjes, estando yo en la ciudadela de Susa, Jananí, uno de mis hermanos, llegó con algunos hombres venidos de Judá. Yo les pregunté por los judíos - el Resto que se había salvado del cautiverio - y por Jerusalén. Me respondieron: "Los restos del cautiverio que han quedado allí en la provincia se encuentran en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas." Al oír estas palabras me senté y me puse a llorar; permanecí en duelo algunos días ayunando y orando ante el Dios del cielo. Y dije: "Ah, Yahveh, Dios del cielo, tú, el Dios grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos; estén atentos tus oídos y abiertos tus ojos para escuchar la oración de tu siervo, que yo hago ahora en tu presencia día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos, confesando los pecados que los hijos de Israel hemos cometido contra ti; ¡yo mismo y la casa de mi padre hemos pecado! Hemos obrado muy mal contigo, no observando los mandamientos, los preceptos y las normas que tú habías prescrito a Moisés tu siervo. Pero acuérdate de la palabra que confiaste a Moisés tu siervo: "Si sois infieles, yo os dispersaré entre los pueblos; pero si, volviéndoos a mí guardáis mis mandamientos y los ponéis en práctica, aunque vuestros desterrados estuvieron en los confines de los cielos, yo los reuniré de allí y los conduciré de nuevo al Lugar que he elegido para morada de mi Nombre." Aquí tienes a tus siervos y a tu pueblo que tú has rescatado con tu gran poder y tu fuerte mano. ¡Ea, Señor, estén atentos tus oídos a la oración de tu siervo, a la oración de tus servidores, que desean venerar tu Nombre! Concede ahora, te suplico, gracia a tu siervo y haz que encuentre favor ante ese hombre." Era yo entonces copero del rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Entra en juego un nuevo personaje, determinante para la situación de la Jerusalén después del exilio y para la reconstitución de la identidad de aquel pueblo que se había dispersado con la destrucción de la ciudad santa. Si la obra de Esdras se había concentrado en la reconstrucción del templo y en la definición de la pertenencia a la comunidad de los deportados -en este contexto se enmarca el problema de los matrimonios mixtos (cfr. Esd. 9) -, la de Nehemías, por el contrario, parece tener un carácter más político, concentrándose sobre las medidas de seguridad de la ciudad con la nueva edificación de las murallas y su repoblación, a la vez que una cierta organización de la vida ciudadana (capítulos 7, 10, 11 y 13). Sin embargo, también la misión de Nehemías parte de una profunda conciencia religiosa radicada en la memoria de la alianza y de la fidelidad de Dios a su pueblo, como bien expresa la oración de este primer capítulo. Ayuno y oración expresan la conciencia de la propia necesidad, sin la cual se permanece prisioneros de una idea autosuficiente de uno mismo, que impide el encuentro con el Señor y con los demás. Al mismo tiempo, mientras Nehemías se dirige a Dios reconociendo su grandeza ("Ah, Yahvé, Dios del cielo, tú, el Dios grande y temible") su oración se convierte en una petición de perdón por las infidelidades suyas y de su pueblo, que han tenido como consecuencia la dispersión del pueblo ("Hemos obrado muy mal contigo, porque no hemos observado los mandamientos, los preceptos y las normas que tú habías prescrito a Moisés"). Pero el Señor no abandona a su pueblo, está dispuesto a perdonar a quien reconoce su pecado y a reconstruirlo en su amistad. Es más, hará mucho más por él: "si, volviéndoos a mí, guardáis mis mandamientos y los ponéis en práctica, aunque vuestros desterrados estuvieren en los confines de los cielos, yo los reuniré de allí y los conduciré de nuevo al Lugar que he elegido para morada de mi Nombre". El Señor escucha la oración hecha con fe y no permanece insensible a la súplica de quien está en la necesidad. Esta es la experiencia que también nosotros podemos hacer cada día cuando, en las dificultades de la vida, no nos encerramos en nosotros mismos sino que nos abrimos a la escucha de la Palabra de Dios para recibir su perdón y gustar su amistad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.