ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta de la Madre de Dios
Palabra de dios todos los dias

Fiesta de la Madre de Dios

Fiesta de María Madre de Dios
Oración por la paz en el mundo y por el fin de todas las guerras.
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Libretto DEL GIORNO
Fiesta de la Madre de Dios

Homilía

Que Yahvé te bendiga y te guarde; que ilumine Yahvé su rostro sobre tí y te sea propicio. Que Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz (Nm 6, 24-25). Con esta antigua bendición la liturgia nos hace entrar en el nuevo año, seguros de que el Señor velará sobre nosotros, estará a nuestro lado y nos acompañará día tras día. Pues en esto he de fijarme: en el mísero, pobre de espíritu, y en el que tiembla a mi palabra, se lee en el libro de Isaías (66, 2). Sí, la mirada del Señor se dirige hacia los humildes y los débiles, hacia quien escucha la palabra del Evangelio y trata de ponerla en práctica.
Una vez más, aquellos pastores de Belén son un ejemplo para nosotros. Eran considerados hasta tal punto impuros y pecadores que estaban excluidos de la vida religiosa oficial, pero, a pesar de todo, la mirada de Dios se posó sobre ellos: la noche se llenó de luz y su vida encontró un sentido, una dirección hacia la que caminar. Aquellos humildes pastores se convirtieron en los "primeros cristianos": escucharon las palabras del ángel, dejaron sus rebaños y se dirigieron hacia el lugar indicado. Llegados a la gruta, fueron ellos esta vez los que miraron: vieron a un niño. Y, "Al verlo, contaron lo que les habían dicho acerca de aquel niño", advierte el evangelista (Lc 2,17). Se podría decir que la vida del cristiano se resume por completo en esta admirable y simple escena.
Los Evangelios nos dicen que los ángeles hablaron del niño a aquellos pastores, pero no es difícil pensar que María también lo hizo. Desde luego, les presentó al niño y quizá sin ella no habrían podido comprender lo que estaba sucediendo. María sabía quién era ese hijo, por eso, con mucho cuidado "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón". Con increíble ternura, la liturgia de este día nos invita a mirar a María para festejarla y venerarla como Madre de Dios. Han pasado siete días desde Navidad, desde que nuestros ojos se han posado sobre ese pequeño niño, sobre todos los pequeños y débiles de este mundo. Hoy la Iglesia siente la necesidad de mirar también a la Madre y hacerle fiesta
Pero, es bueno subrayarlo, al contemplarla no la encontramos sola. Apenas llegaron a Belén, los pastores "encontraron a María y a José, y al niño". Es hermoso imaginar a Jesús niño ya no en el pesebre sino en los brazos de María: ella lo muestra a aquellos humildes pastores y todavía sigue mostrándolo a los humildes discípulos de todos los tiempos. María que tiene a Jesús en su regazo o en los brazos es una de las imágenes más familiares y tiernas del misterio de la encarnación. En la tradición de la Iglesia de Oriente es tan fuerte la relación entre aquella Madre y aquel Hijo que no se encuentra una imagen de María sin Jesús; ella existe para aquel Hijo, y su misión es generarlo y mostrarlo al mundo. Es el icono de María, la Madre de Jesús, pero es también la imagen de la Iglesia y de todo creyente: abrazar con cariño al Señor y mostrarlo al mundo.
Como aquellos pastores al salir de la gruta volvieron glorificando y alabando a Dios, también nosotros, al salir de la celebración litúrgica, deberíamos entrar en el nuevo año que comienza con la misma energía y el mismo empuje. Verdaderamente sería una gran consolación si alguien pudiera seguir escribiendo hoy: "Todos los que lo oyeron se maravillaron de lo que los pastores les decían" (v. 18). Desgraciadamente, ¡la gente de nuestras ciudades se maravilla por cosas bien distintas! Pero quizá también deberíamos preguntarnos si hay "pastores" (y no me refiero sólo a los sacerdotes; pues todo creyente, a su manera, es un "pastor") que sepan comunicar a la gente de nuestras ciudades la alegría del encuentro con aquel Niño.
Ya es una tradición consolidada que el primer día del año la Iglesia se reúne en oración para invocar la paz. Con su mensaje, el Papa sigue exhortando a todos los creyentes y a los hombres de buena voluntad a caminar por los senderos de la justicia y de la paz. Sabemos, sin embargo, que la paz es un don que viene de lo alto, que es un fruto del Espíritu del amor que actúa en los corazones de los hombres. Con la antigua oración del Veni, creator Spiritus, que resuena este día en nuestras iglesias, invocamos al Espíritu del Señor para que sea derramado en los corazones y "renueve la faz de la tierra". Que venga el Espíritu del Señor y transforme los corazones de los creyentes, para que se disuelva su dureza y se enternezcan ante la debilidad del Niño; que transforme los corazones de nuestras ciudades y de nuestros países, para que el odio, la envidia, la maledicencia, la explotación y el desinterés se alejen y crezca la solidaridad; que transforme el corazón de nuestro país para que dejé de estar atravesado por el individualismo, el interés de grupos individuales o el crimen; que ilumine las mentes para que abunden el perdón, la misericordia y el sentido del bien común; que transforme el corazón de las naciones y de los pueblos en guerra para que se desarmen los espíritus violentos y sean reforzados los trabajadores de la paz; que transforme el corazón de los pueblos ricos para que no sean ciegos a las necesidades de los pueblos pobres y compitan más bien en la generosidad; que transforme el corazón de las naciones y de los pueblos pobres para que abandonen los caminos de la violencia y emprendan los del desarrollo; que transforme el corazón de todo hombre y de toda mujer para que descubran el único rostro de Dios, padre de todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.