ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

II después de Navidad
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

II después de Navidad


Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 1,1-18

En el principio existía la Palabra
y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella
y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios:
se llamaba Juan. Este vino para un testimonio,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por él. No era él la luz,
sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera
que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo. En el mundo estaba,
y el mundo fue hecho por ella,
y el mundo no la conoció. Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron
les dio poder de hacerse hijos de Dios,
a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre,
ni de deseo de hombre,
sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne,
y puso su Morada entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama:
«Este era del que yo dije:
El que viene detrás de mí
se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud hemos recibido todos,
y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés;
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás:
el Hijo único,
que está en el seno del Padre,
él lo ha contado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.